El Concordato un cáncer interno que mata a la República Dominicana

Se hace perentoria separación Estado libre dominicano y la Iglesia Católica oscurantista y parásita
 

Programáticamente la República Dominicana, como Estado libre, soberano e independiente, tiene que abocarse a ordenar, resolviendo por medio de la inaplazable separación del Estado y de la Iglesia Católica-Vaticano, su situación interna en la que, como Estado libre, vive secuestrado y castrado por la Iglesia Católica que usufructúa en su exclusivo beneficio un inaceptable Concordato inconstitucional, ilegal, amoral e ilegítimo, suscrito por el dictador Trujillo y Pío XII (1954), al que además, como para cuadrar la tríada, acorde con su cábala de la hechicería que profesan llamada la trinidad, hay que añadirle el Vicariato Castrense (para que sirvan y puedan dominar y controlar los curas a los órganos básicos del Estado, como son las FF.AA., sus servicios de inteligencia y la Policía Nacional y sus servicios secretos), junto con el Patronato Nacional San Rafael, contrato modelo de cómo la Iglesia Católica adueñarse de los fondos destinados por el Estado dominicano a obras de bien social de las más diversas índoles, incluidas las de las áreas de salud, hospitalaria, carcelaria y de orfelinatos.

Conforme a ese Concordato, que al decir de monseñor Eduardo Ross, asesor eclesiástico del dictador Trujillo y capellán del templo San Rafael Arcángel del Palacio Nacional, en conferencia dictada en el auditorium de la Junta Directiva del Partido Dominicano el 17 de diciembre del 1958: “El Concordato éste es el mejor que existe -para la Iglesia Católica-Vaticano- en el mundo entero y crea también -prosigue este rufián ensotanado- un status jurídico sui generis, o sea, único en el mundo entero, a favor de la Iglesia Católica-Vaticano, otorgándole a ésta (a la Iglesia Católica) amplia libertad en el ejercicio de sus funciones y además otorgándole, de acuerdo con sus propios fines, su propia organización (dentro del mismo Estado dominicano, Nota Nuestra); puntualizando para resaltar que el Estado dominicano reconoce y garantiza que eso será así y no de otra manera; así como también el Estado dominicano se compromete al sostenimiento económico y a toda otra ayuda (financiera y de cualquier tipo de bienes y riquezas, Nota de Redacción) que la Iglesia Católica-Vaticano necesite para el logro de los fines contractuales apetecidos”.

Y sigue diciendo monseñor Eduardo Ross: “La Iglesia Católica, por su parte, sólo aporta complementar santamente su acción elevando oraciones al señor por la República y sus autoridades” (entiéndase por el dictador y sus legiones de sicarios, Nota Nuestra).

La pregunta pertinente, aunque le duela a la hipócrita delicadeza del Cardenal Nicolás de Jesús -Hildebrando y Borgia- López Rodríguez es, ¿no es éste un vivo ejemplo de lo que es el negocio de capa perro para el pueblo y país dominicanos?

“El Concordato asocia, digámoslo así -afirma monseñor Ross- a la Iglesia Católica y al Estado en una labor común cívico-religiosa en provecho del pueblo dominicano”; y a continuación se pregunta a sí mismo Eduardo Ross, “¿a quién se debe tanto bien?”, para responderse a sí mismo, como todo rufián ensotanado: “¡A Trujillo!”.

Y ahora está sobradamente comprobado que el Estado dominicano, al suscribir un Concordato que más tarde, en el 1958, fuera complementado con el Vicariato Castrense y el Patronato Nacional San Rafael, se estaba castrando a sí mismo en su soberanía interna, o sea, en su legítimo derecho a la autodeterminación y funcionamiento propio para el cumplimiento con el país, en aras de echarse encima el parasitismo de la Iglesia Católica y pagar tributos al centro de la infamia mundial que es el Vaticano y al hechicero mayor del catolicismo cristiano, que es el Papa, pero donde todos los sacerdotes y monjas son en realidad hechiceros en diversas gradaciones y niveles. Esta enajenación, que aún se prolonga hasta el día de hoy, del carácter libre del Estado dominicano y que a su vez gravita decisivamente para la entrega de la soberanía estatal, pende como una infamia sobre el país, y es de la exclusiva responsabilidad del dictador Trujillo, lo que debe servir para demostrar la naturaleza de canallas de los que pretenden, o han pretendido, presentar al sátrapa Trujillo como nacionalista.

El Estado subsidia en un 100% las plantas físicas y funcionales de los colegios religiosos católicos, en desmedro y perjuicio de la educación pública que, constitucionalmente, debe recaer sobre el Estado. Del mismo modo cubre en un 100% el pago del personal docente, administrativo, de limpieza y vigilancia de dichos centros religiosos privados.

Al cobrar fuertes cuotas de mensualidades que, entre colegios y universidades alcanzan cantidades de dinero descomunales, todo en mengua y detrimento de la educación pública y la educación del pueblo, la situación real que se crea a partir del Concordato es que la Iglesia Católica se apropia, cada vez en mayor proporción, del Presupuesto de la educación pública y de los fondos del Estado.

Si se observa con detenimiento a la perversa Iglesia Católica en el país, ella no toca casi, como en otros sí lo hace, el tema del uso de las pastillas anticonceptivas ni expresa con estridencia su campaña contra el control de la natalidad; y lo hace con ese tono moderado por el temor a que sus feligreses les den aún más las espaldas, amén de que en las numerosas farmacias propiedad de la Iglesia venden abundantemente desde condones, pastillas anti-conceptivas, estimulantes sexuales, pastillas abortivas, las de un día después, viagra, el chinito y todo lo que para ellos represente un buen negocio con mayores dividendos en dinero para sus largos bolsillos y suculentas cuentas bancarias, sin las que no pueden costear el monto de su pedofilia y aberraciones sexuales.

La Iglesia Católica, junto con la pandilla de Vincho y Pelegrín Castillo, han hecho un hipócrita y perverso montaje respecto al aborto, consignándolo como un crimen. Pero, la Iglesia Católica y la pandilla de Vincho, Pelegrín y el Cardenal, ¿cuántos crímenes no han cometido?

Los de la Iglesia Católica, empezando por su nefasto Cardenal y sus marionetas quieren dar cátedras de transparencia y desprendimiento, no siendo más que sepulcros blanqueados y portadores de una falsa moral que va desde la de María Gargajo a la de una de consistencia de latón.
Y aquí se conoce que nadie vive en un ambiente más nebuloso y turbio que en el que los curas y sus pandillas desenvuelven sus actividades; por ejemplo, quisiéramos que la Iglesia Católica dijera al país cuánto cobra (la Iglesia Católica), o sea, qué por ciento hay que darle a los curas de Caritas por cada proyecto de gerencia en que tienen participación.

La Iglesia Católica dominicana no paga impuestos de ninguna índole, ni sobre la Renta, ni ITBIS, ni de las propiedades suntuarias, ni de sucesiones ni de donaciones, y todo esto está presente en sus negocios de ONG’s, colegios, librerías, imprentas, universidades, institutos tecnológicos, matrimonios, bautizos, confirmación, etc.

Pero además, el Estado le paga un sueldo desde primer teniente hasta mayor general al cuerpo de castrenses que existe en las tres ramas de las FF.AA., así como en la P.N. y para éstos no hay descuentos.

Otro asunto de extrema delicadeza es que con la estructura de organización propia dentro del Estado dominicano que el Concordato le concede a la Iglesia Católica, en todas las ramificaciones estatales de hecho la Iglesia Católica crea una superestructura enquistada dentro del Estado que impide que éste sea de hecho libre, como queda establecido en la Constitución dominicana, y por ahí se vienen abajo la misma soberanía y la independencia, no ya por efecto de la coacción que le viene del entorno exterior y del imperialismo, sino del cáncer interno que es para el Estado dominicano el Concordato actual, el Vicariato Castrense y el Patronato Nacional San Rafael.

Y lo peor no es todo esto, que de por sí es demasiado, sino que la Iglesia Católica, en la expresión y reflejo concentrado de su perversidad sin igual, en el mundo de las infamias y las canalladas no cesa de, al tiempo que reclama mayor afluencia de recursos monetarios y en bienes del Estado a su seno, a la vez multiplica sus conspiraciones y complots en contra del Estado dominicano y de la nación dominicana, acentuando los riesgos hasta de la desaparición y disolución de la nación que, como cualquiera puede apreciar, acechan por dondequiera.
Así, en la culminación de esa pérfida actitud, la Iglesia Católica-Vaticano se cimbrea en su parasitaria postura de que el Estado dominicano le financie sus empeños -los de la Iglesia Católica- por hacer desaparecer al Estado nacional dominicano.

 

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