El
Harakiri de Rafael Hipólito Mejía Cuando
el 28 de diciembre Rafael Hipólito Mejía, titular del Poder Ejecutivo de
los explotadores burgueses y terratenientes criollos, así como de los
sectores conservadores, entiéndase sobre todo Iglesia Católica, y de los
monopolios internacionales, se apresuró a presentar lo que se llamó una
instancia ante la Suprema Corte de Justicia sobre la inconstitucionalidad
de la Ley del Congreso convocando a una festinada Asamblea Revisora de la
Constitución, lo que en realidad hacía el pintoresco Rafael Hipólito
Mejía era efectuar el rito samurai japonés del harakiri, por orden
expresa de su mando en Jefe, dado su típico lacayismo abyecto, que es el
puertorriqueño que hace de Embajador yanqui en el país, llamado Hans
Hertell. El
harakiri es un estilo propio de suicidarse, es decir, matarse a sí mismo,
de parte de los japoneses. Como
es sabido, Rafael Hipólito Mejía, dados su poca inteligencia y su alto
nivel de carencia de sensatez, es quien, creyéndose Presidente de los
EE.UU. y no de República Dominicana, ya, apenas con un desacertado año y
medio en el Poder, estaba cocinando sus pretensiones reeleccionistas. Para
tal fin, había lanzado unos mil millones de pesos a la calle para
sobornar mercenarios y comprar conciencias; sólo a través de la Oficina
de Obras de la Presidencia ha dispuesto de cerca de 500 millones de los
fondos estatales para el siniestro fin de la reelección. Había
pactado con los congresistas reconocerles 2 años de prolongación de su
período a cambio de que la aprobación de la reelección fuese
incorporada a la Constitución de la República. Pero
el Departamento de Estado norteamericano se escandalizó ante el peligro
de que, en República Dominicana, se le armara un armagedón político
frente al que el lío de nunca acabar de Argentina parecería un jueguito
de niños buenos. Y
le ordenó a su lacayo parar el coche de la reelección y el continuismo
congresional, así como le trazó la orden de ponerle la reversa a ese
desbocado carro. Ahí vino la instancia de marras. Y ahí mismo el infeliz
niño de Gurabo que naciera sin cabeza, tuvo que hacerse el harakiri. Pero
algo faltó en ese efectivo ritual suicida, que es con lo que, en
realidad, culmina ese ritual con el que se castiga al que ha perdido su
honor y ha ridiculizado su causa. Ese
algo es que su más íntimo amigo o su más destacado discípulo ha de
cortarle la cabeza al suicida con su propia espada de un solo tajo, luego
que el suicida se haya rajado la panza de derecha a izquierda y de
izquierda hasta el ombligo. Así que el niño gurabense que naciera sin cabeza, siga en la cima de su Poder Ejecutivo con su coco vacío en el lugar donde debería llevar la cabeza. |