Partido Comunista de la República Dominicana

-PACOREDO-

 

 

INTRODUCCION AL LIBRO

¿QUE ES LA BIBLIA?

DEL BARON DE HOLBACH

 

Está casi de más, pero aun así vamos a reiterarlo: esta publicación de la parte correspondiente a “Moisés y la Biblia”, del libro de Holbach, es total y absolutamente interesada.

Nos mueve el inquebrantable interés de arrojar luz y desatar la lucha directa y frontal en aras de ponerle freno al oscurantismo religioso cristiano imperante en el país.

Se trata de un ¡Basta ya! de tantas infamias teológicas cristianas, sin excepción de sectas.

La contraposición histórica de las concepciones de la dogmática eclesiástica (cristiana), bandera única del atraso medieval (feudal), contra las concepciones de los enciclopedistas franceses bien podría resumirse entre el choque frontal de “así lo dispone Dios” contra la expresión de la ciencia de “no necesito de esa hipótesis”.

Aunque la tesis esencial del materialismo moderno la formulara Bacon cuando elaboró su Novum Orgarum, donde estableció tanto a los sentidos como la base de los conocimientos como él reclamo de abajo la falsa autoridad de la dogmática escolástica imperante en ese entonces en toda Europa y subrayó: “Quienes han trabajado en las ciencias han sido empíricos o dogmáticos. Los empíricos hacen como la hormiga: únicamente amontonan y utilizan; los dogmáticos hacen como la araña: tejen telas que sacan de sí mismos. El comportamiento de la abeja es intermedio: reúne materiales de las flores del jardín y del campo, y luego, con sus propios poderes, los transforma y los digiere. La verdadera labor de la filosofía no difiere de la de las abejas. Esa labor no depende únicamente, ni siquiera de manera principal, de la capacidad de la mente; tampoco almacena en la memoria materiales sin transformación, provistos por la historia natural y los experimentos mecánicos. Por el contrario, cambia y digiere dichos materiales por medio del intelecto”, aunque -repetimos- Bacon (inglés) es el padre del materialismo junto a Hobbes, cúpole -sin embargo- a los enciclopedistas franceses desplegar aquel vasto y fructífero movimiento filosófico en el ámbito general de la cultura, dándole nuevas dimensiones y alcances continentales y universales. Parecería como si las condiciones isleñas de Gran Bretaña limitaran el alcance del empirismo. Pero en último caso el Iluminismo europeo y norteamericano sería fruto del aporte de los pensadores ingleses.

Holbach es una de las figuras más relevantes de la Ilustración francesa, no sólo por los conocimientos enciclopédicos de que era depositario (como se comprueba en estas breves páginas, pertenecientes a la 2da. mitad del siglo XVIII), fenómeno común a los otros miembros de la Ilustración francesa del siglo XVIII, a los que se denominó a la vez como los enciclopedistas o iluministas, sino que, además, sobresalió por la sólida y coherente argumentación que caracteriza su obra, alimentada dicha argumentación por un avasallante razonamiento lógico, obra en la que el autor (Holbach) sustenta su tan estimulante como veraz ateísmo y con esto, diferenciándose, junto a Denis Diderot, Helvetius y otros, de un lado, frente a Francisco María Arouet (Voltaire) y demás por otro lado, con su hipócrita deísmo, que en el punto de la religión asumían la cínica actitud de, aun reconociéndola como un absurdo y una estafa carente de todo fundamento racional, optaron por reivindicarla como “sacrosanta” dándole la función de mantener aquietado al “populacho” ignorante y andrajoso, al que había que entretener con algo, según decían. Así, práctica y teóricamente, sustentaban que la religión es cosa de “la chusma”.

De ese materialismo siglodieciochesco en Francia, pero que en Inglaterra se inicia y corona con los “empiristas” en los siglos XVI y XVII, y cuyos representantes, tanto en uno como en otro caso, exponían el espíritu revolucionario en filosofía y en política de la burguesía ascendente, como era entonces dicha clase, se nutriría el materialismo dialéctico, que nunca ha pretendido, en lo que al materialismo (filosofía) se refiere, negar esas raíces ni ese honroso parentesco ancestral. Pero, claro está, todo esto desde una actitud crítica y superadora. Sobre todo con el empirismo inglés, del que los creadores del materialismo dialéctico e histórico, Carlos Marx y Federico Engels, dijeron que es el verdadero creador del materialismo filosófico moderno. Esto tampoco significa que el materialismo dialéctico no elaborara como medio de asimilación la más pormenorizada y esencial crítica a aquel materialismo moderno, caracterizado como metafísico.

Pero no todos los “iluministas” del mundo fueron idénticos ni iguales.

Al parecer, sin embargo, la genialidad de los miembros de la Ilustración europea, a la que no sería errado del todo incorporar a los de la de Norteamérica (Jefferson, Paine y Benjamín Franklin, inclinado hacia el deísmo) encarnan tan perfectamente el clan de la burguesía que representaron, que hasta sus lados de penumbras hubieron de exponer y encarnar a plenitud. Eran verdaderos genios y figuras hasta la sepultura.

Si bien básica y sustancialmente digamos que materialistas filosóficos en tanto y en cuanto a la relación entre ser y conciencia, materia y pensamiento, daban por sentado que la materia, en una de sus tantas connotaciones, era lo determinante, lo primero y fundamental, resulta que en su mismo quehacer filosófico transpiraban las grandes y perversas inconsecuencias que hoy conocemos adornan a la burguesía contemporánea. Ya dijimos lo de Voltaire. Pero eso, que hoy llamamos una típica cobardía reflejo de la miseria burguesa, fue lo que determinó que Bacon, Hobbes y Locke no accedieran al término “materialismo” para denominar su filosofía, sino que prefirieran el de empirismo. Francis Bacon, a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII, pues vivió desde 1561 al 1626, es quien da inicio al movimiento (creándolo), trazando la meta y llamó formal y concienzudamente a emancipar la ciencia de la dogmática escolástica sustentada por la Iglesia Católica y el cristianismo; Novum Orgarum es su obra básica junto a El Avance del Conocimiento. Sin embargo, aún en el siglo XXI, estos antros del oscurantismo, no dejan a un lado sus posturas cavernarias ni mucho menos sus funestos empeños por retrancar y obstruir todo lo que sea ciencia y prácticas científicas innovadoras. Claro está que esa función de la Iglesia Católica y del cristianismo les ha resultado un gran negocio, hasta el punto de que la denominación más exacta para la Iglesia Católica hoy día es la de la transnacional (monopolio, cartel internacional) Vaticano.

Los cristianos, esos bastardos que no se avergüenzan ni del interminable desastre que han representado para la humanidad como los máximos exponentes de todo lo vil e infame, arman barullo, apelan al sambenito del tótem dios, la voluntad divina, azuzan a las masas ignorantes, en las que ellos mismos cierran filas, y hacen demagogia con sus miserias, de las que son en gran parte sus principales responsables y causantes directos pues siempre, desde que el príncipe nabateo Saulo Pablo creara esa religión, más exactamente “paulista” es como parte de las clases dominantes, incluso de los césares y emperadores romanos que laboran para mantener su coacción sobre la cultura y la ciencia. Pero, en cambio, cuando se enferman, por ejemplo, se olvidan de sus cacareos permanentes basados en el fanatismo oscurantista y supersticioso, tan estúpido como alienante, que actúa invalidando la ciencia y hasta al hombre, para concurrir temerosos y asustadizos donde el médico-hombre para curarse de la úlcera que les carcome el estómago y les pudre las entrañas del veneno derramado en sus actividades y que han acumulado previamente en sus lenguas de serpiente.

“Pero ¿cómo recibir como Dios a aquel que, entre otras cosas motivo de queja, no realizó nada de lo que había prometido? A aquel que, convencido, juzgado y condenado al suplicio, se escapó vergonzosamente, y fue capturado de nuevo en las condiciones más humillantes, gracias a la traición de aquellos mismos a los que él llamaba sus discípulos...” (Cf. Celso, Discurso verdadero, II, 16).

No cabe la menor duda de que para el desarrollo del método de investigación científico y tanto de la cultura como de la ciencia, ha habido que derrocar la dictadura de la seudociencia escolástica, y con ésta sepultar el mundo del oscurantismo clerical religioso y medieval en una brega tan variada como diferente. A partir de entonces se ha recorrido un largo y fructífero trayecto de 4 siglos y medio con el consiguiente saldo del desarrollo actual de las ciencias naturales, cuyos campos no sólo se han diversificado, sino que han trascendido hasta el punto de que resulta muchas veces harto difícil determinar el campo en que, en un caso dado, experimenta e investiga la ciencia, así, hoy se habla de biofísica nuclear, de tomografía, método de resonancia magnética, quimioterapia, etc.

Pero, aún así, queremos preguntar ¿ha dejado de ser una tarea de primer orden, por ejemplo, aquí, en República Dominicana y en el mundo entero la cuestión de luchar contra el oscurantismo y la dogmática escolástica predominante como medio insoslayable para echar hacia delante y ponernos a la altura de los reclamos de la modernización y el progreso actuales?

Este gobierno de Leonel Fernández-PLD ha creado una llamada Comisión para la Modernización e Institucionalización del Estado. Dicha Comisión ha hecho muchas declaraciones que quisiéramos creer que son sinceras y no meros actos de hipocresía y de propaganda barata, pero el hecho de que, muy ilustrativamente, esa flamante Comisión de Modernización e Institucionalización del Estado guarde silencio respecto al Concordato y al Vicariato Castrense vigentes entre el Estado dominicano y el Vaticano, que opera como un estigma y máquina vampiresca sobre las magras (pobres) espaldas de la población dominicana y su Estado e instituciones, a los que arrastra además, permanentemente, hacia las calendas medievales, nos lleva a preguntar ¿no constituye eso un hecho que desdice y hace aparecer como mera hipocresía y muestra de simulación de farsante de 1ra. línea todo lo que puedan decir de modernización y de afán por la “elevación” e institucionalización?

Cuando oímos o vemos a una tan destacada clerical católica cristiana Aura Celeste Fernández de Moreno -una monja secreta pero sincera pues está casada con un hombre y varios hijos paridos de sus entrañas- agente del cardenal católico López Rodríguez y del comerciante ministro de asuntos sucios de la sucursal criolla de la transnacional católica, monseñor Núñez Collado; cuando la oímos hablar de que “la Comisión de Reforma y Modernización del Estado...” sólo nos causa risa y a la vez nos reafirma en nuestro convencimiento de la necesidad de un Estado absolutamente laico, lo que a la vez nos hace seguir identificados con los ideales en este terreno de los enciclopedistas franceses y de la tesis esencial de Bacon en su Novum Orgarum de emancipara la ciencia de la escolástica, el pensamiento religioso y el oscurantismo.

Pero bien, continuemos. El aporte de la crítica al cristianismo y al judaísmo, el cual es su fuente principal, hecho por los franceses (iluministas o enciclopedistas, incluido en esta labor y ponderando bien sus aportes, Voltaire, a pesar de su deísmo) ha sido perdurable y su validez resalta, hoy día que la burguesía, seguida por un séquito inacabable de rastreros pequeño-burgueses, auténticos filisteos o tripa vacía, llenos de miedo y esperanza de que un día su dios se apiade de ellos, claman por la religión, por la “Biblia”, por el cristianismo, por Jehová, por Jesucristo, por Satanás y todas sus imbecilidades contenidas en las fábulas, dogmas teológicos, estupideces y vagabunderías sustentadoras de las modernas actividades de esa antiquísima superchería bastarda como lecho de Procusto y recursos de paz ¿no será que en efecto claman por la paz de los cementerios?

No significa esto que entendemos ni es nuestra pretensión hacer creer que aquellos prohombres de la intelectualidad moderna hayan agotado el estudio del tema ni mucho menos que les extendemos un cheque en blanco como respaldo, lo mismo que estamos lejos de creer que no incurrieron tanto en limitaciones como en apreciaciones unilaterales y hasta básicamente erradas. En gran medida dejaron mostrenca su lucha por el ateísmo. Pero no vamos en estos momentos a entrar en detalles al respecto. Eso será cosa de otra ocasión.

Nadie puede ignorar que la arqueología, la antropología, la biología, la ecología, la geografía, la historia científica, las ciencias físico-químicas, la cibernética, etc., hayan coadyuvado decisivamente para dejar sentadas las bases materiales para el esclarecimiento definitivo y categórico, así como para la ulterior superación de tantas falacias y fabulaciones religiosas, en particular todo el veneno que se sintetiza y resume en el cristianismo.

Esto lo reconoce hasta un espécimen ensotanado como Joseph Ratzinger, cardenal, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe de El Vaticano en el Vaticano, valga la repetición, cuando en charla que ofreciera a fines del 1999 en La Sorbona (Francia) y que publicara el periódico Le Monde en su edición del 3 de diciembre de 1999, primera página, afirma:

“El cristianismo no se encuentra de ninguna manera para el pensamiento contemporáneo en una posición más positiva que los demás (grupos o movimientos religiosos, N. del Traductor, que es nuestro). Al contrario: con su pretensión a la verdad, parece ser particularmente ciego frente a los límites de todos nuestros (los suyos, N. del Traductor) conocimientos de lo divino, caracterizado por un fanatismo particularmente insensato que toma incorregiblemente por el todo el pedazo tocado por la experiencia personal (del cristianismo, N. del T.).

“Este total escepticismo actual hacia la pretensión a la verdad en materia de religión es aún más fuertemente robustecido por las cuestiones que la ciencia moderna ha levantado con relación a los orígenes y a los objetos de la esfera cristiana. La Teoría de la Evolución parece haber aplastado la doctrina de la creación, los conocimientos que conciernen al origen del hombre han aplastado la doctrina del pecado original, es decir, de la creación.

“La exégesis crítica -prosigue el cardenal Ratzinger- relativiza la figura de Jesús y pone signos de interrogación con respecto a su conciencia de Hijo; el origen de la Iglesia en Jesús aparece dudoso, y así continúa (aportando la exégesis crítica, N. del T.) en otros aspectos. El ‘fin de la metafísica’ ha vuelto problemático el fundamento filosófico del cristianismo, los métodos históricos modernos han puesto sus bases históricas (las del cristianismo, N. del T.) en una luz ambigua”. (Ratzinger, Le Monde, 1ra. página, 3 de diciembre de 1999).

Los protestantes (evangélicos) fanáticos, tan ignorantes como audaces y perversos (nada es más audaz ni pernicioso que la ignorancia y el fanatismo) han propuesto y chillado a todo pulmón para que el indigno Senado del país les apruebe un mamotreto de ley que ya les fue aprobado en el estercolero llamado Cámara de Diputados. En realidad, si su dios existiera y su proclamado hijo, por su obra y su gracia es él y el Espíritu Santo, no sabemos por qué en otro acto de magia milagrero no ha dicho “hágase la ley” y san se acabó.

Hay que empezar por preguntarse qué es y qué ha sido lo que se denomina con la palabra biblia; qué relación hay entre la biblia judía (Viejo Testamento) y el cristianismo (Nuevo Testamento).

Los grupos protestantes que responden en general y sin excepción de secta (de entre ellos todas son sectas incorporadas, es decir, con patentes comerciales incorporadas a los intereses y designios de los monopolios imperialistas, sobre todo norteamericanos), y cuyos primeros exponentes o pioneros llegaron al país y se establecieron como sectas precisamente bajo la intervención de las tropas yanquis que duró desde el 1916 al 1924. Así, 1917... 1921, etc., son las fechas de constitución de unas y otras sectas protestantes (evangélicas) en el país. ¡Qué casualidad! ¡Verdadera obra de la voluntad divina contemporánea, como en la antigüedad confiara en el Imperio Romano y sus Constantino, Justiniano y demás para expandirse y consolidarse en todo el mundo hasta entonces conocido! Ahora su futuro es puesto en manos nada más y nada menos que del imperialismo norteamericano.

Son esos mismos grupejos de estafadores y parásitos religiosos quienes, actuando como apologistas del neoliberalismo, hacen causa común con el neomalthusianismo que arrastra (el liberalismo) y repiten con frenesí y en forma de fanáticos desaforados la escatológica amenaza del fin del mundo, de carácter apocalíptico, extraída del judaísmo, de su Torah y su Talmud, los que tratan de meter de contrabando la cicuta de la ignorancia y salvajismo de la biblia como lectura obligada en las escuelas para revertir, (volver atrás)  aún más las ruedas de la historia y asestarle, aun sea fugazmente, el tiro de gracia a la indetenible esperanza de progreso y cultura, lo mismo que a la brega por ponerle fin a tanta injusticia, pobreza y explotación y opresión, brega que los cristianos, en todas sus connotaciones, sabotean y socavan y a la que se oponen, confirmándose no sólo como agentes de los monopolios, de los que actúan hablando por ellos (que es la relación “profética” de Moisés y Aarón, Exodo, Cap IV, versículos 14-15), pues la religión florece allí donde hay miseria y pobreza extremas, como los abogados tienen sus mayores cosechas cuando hay situaciones de groseras injusticias y violación de derechos.

La propuesta de ley de marras queda desenmascarada en sus aviesos objetivos cuando se conoce que esos aventureros y salteadores sin oficio o acobardados, simple y llanamente, proponen la lectura obligada de la biblia en las escuelas para “poner fin a la violencia” y crear “paz” de cementerios.

Pero, ¿de cuál biblia hablan entonces? ¿Acaso la que se difunde como Viejo y Nuevo Testamentos cristianos? ¿O uno de éstos, por ejemplo, el Viejo Testamento, el Nuevo, o ambos a la vez? ¿Acaso éste o aquél o ambos encierran un mensaje de paz o, por el contrario, son exactamente el compendio más acabado, nunca jamás conocido, de infamias, canalladas, engaños, genocidios, robos, concupiscencias, maldades, vesanias, criminalidades, estafas, latrocinios, proxenetismo, hipocresías, perversidad... y todas las miserias y podredumbres violentas fuente de torrentes de violencias que, siendo tantas, la humanidad, aún con su desarrollo descomunal conocido por todos, aún no ha podido encontrar una sola palabra que, como única expresión, las resuma en una sola emisión de voz?

Si no se nos cree, empecemos por indagar sobre el término biblia. Aquí citemos a una voz tan autorizada como la del historiador alemán Karlheinz Deschner, autor de 10 tomos de la “Historia criminal del cristianismo”:

“El ‘libro de los libros’ de los cristianos es la Biblia -empieza Karlheinz Deschner diciendo-. La traducción alemana Bibel aparece por vez primera en el poema moral ‘El corredor’ del maestro de escuela de Bambarg y forjador de versos, Hugo de Trimberg (nacido hacia 1230, fue asimismo autor de una colección de fabulillas homiléticas, de unos doscientos almanaques hagiográficos, etc.). El término acuñado por Hugo deriva del latín biblia, que tiene a su vez origen en el neutro plural tá bibliá (los libros).

“La Biblia es una escritura ‘sagrada’ -dice con tono sarcástico Karlheinz Deschner- y textos, libros y escrituras sagradas forman, en la historia de las religiones, parte del oficio, del negocio, del cual depende estrechamente; y no sólo del monetario, sino también del político y, en última instancia, de cualquiera abrigado por el corazón humano.

“Las biblias de la humanidad son, pues, numerosas: los tres Veda de la antigua India, por ejemplo, los cinco ching, libros canónicos de la religión imperial china, el Siddhanta del jainismo, el Tipitakam del budismo therevada, el Dharma del budismo mahayama indio, el Tripitakan del budismo tibetano, el Tao-tê-ching de los monjes taoístas, el Avesta del mazdaísmo persa, el Corán en el islam, el Granth de los sikh, el Ginza del mandeísmo. Hubo gran cantidad de escrituras sagradas en los misterios helenísticos, a los que ya se hacía referencia en la época precristiana simplemente con la palabra ‘escritura’, o con la fórmula ‘está escrito’ o ‘como está escrito’. En Egipto las escrituras sacras se remontan a las épocas más antiguas, citándose ya en el tercer milenio antes de Cristo un texto sagrado, Palabras de Dios (mdw ntr). ¿Y no ha desenterrado la moderna investigación las escrituras sagradas de tantas antiguas religiones? Pero incluso para la época moderna todavía es válido lo de que: sigue siendo fecundo el seno del que salieron... Así, en el siglo XIX la campesina Nakayama Mikiko escribió el texto sagrado de la secta Tenrikyo fundada por ella misma, con 17 revelaciones (O-fude-saki, ‘de la punta del pincel’) y ‘anotación de antiguas cosas’ (Go-Koki); e incluso tras su muerte reveló al carpintero Iburí, su discípulo y sucesor, los ‘preceptos’ (Osashizu).

“Claro está -prosigue Deschner con una agradable ironía para los hombres libres- que sabemos que la Biblia no es sólo un libro entre libros sino el libro de los libros. No es, por consiguiente, ningún libro que pueda equipararse a Platón o al Corán o a los viejos libros de la sabiduría india. No, la Biblia ‘está por encima de ellos; es única e irrepetible’ (Alois Stiefvater). Dicho sea de paso: en la exclusividad insisten especialmente las religiones monoteístas (¡y por eso son precisamente, por así decirlo, exclusivamente intolerantes!). ‘Lo mismo que el mundo no puede existir sin viento, tampoco puede hacerlo sin Israel’, afirma el Talmud. En el Corán se dice: ‘Tú nos has elegido de entre todos los pueblos [...] tú nos has elevado sobre todas las naciones [...]’. Y también Lutero se jacta: ‘Nosotros los cristianos somos más grandes y más que todas las criaturas [...]’. En resumen, que la Biblia es algo especial, lo que entre otras cosas explica que la cristiandad no tuviera en sus primeros ciento cincuenta años ninguna ‘Sagrada Escritura’ propia, y por ese motivo asimiló el libro sagrado de los judíos, el Antiguo Testamento, que según la fe católica precede ‘al Sol de Cristo’ como ‘estrella matutina’ (Nielen).

“El nombre de Antiguo Testamento (griego diatheké, alianza) procede de Pablo, que en 2 Cor. 3, 14 habla de la Vieja Alianza. La sinagoga, que naturalmente no reconoce ningún Nuevo Testamento, tampoco habla del Antiguo sino de Tenach (tenak), una palabra artificial formada por las iniciales de torah, nebi’mi y ketubim: ley, profetas y (restantes) escritos. Se trata de los escritos del Antiguo Testamento, que tal como los transmitieron los hebreos son hasta la fecha las Sagradas Escrituras de los judíos. Los judíos palestinos no establecieron el textus receptus definitivo hasta el Sínodo de Jabne (Jamnia), entre los años 90 y 100 d. C., que son 24 libros, igual número que las letras del alfabeto hebreo. (Fueron las biblias judías del siglo XV las primeras que procedieron a una división distinta y dieron lugar a 39 libros canónicos). En cualquier caso, Dios, al que remiten estas Sagradas Escrituras y del que proceden, necesitó más de un milenio para su recopilación y redacción definitiva; aunque no resulta un período tan largo si se tiene en cuenta que para él mil años son como un día.

“Lo singular de la biblia cristiana es que cada una de las distintas confesiones tiene también biblias distintas, que no coinciden en su conjunto y que lo que unos consideran sagrado a otros les parece sospechoso”. (Historia Criminal del Cristianismo, Karlheinz Deschner, Tomo IV, Pág. 32)

Por ejemplo, para los católicos no son ya los 24 libros del sínodo judío de Jabna (Jamnia) de la última década del 1er. siglo después de J.C. ni los 39 libros que el canon judío estableciera en el siglo XV, sino unos 48 más 12 libros más, pues los católicos, como buenos cristianos, le han falsificado hasta la personalidad y la voluntad del dios vivo hebreo que creara el cabecilla de tribus errantes Abraham, y al que Moisés, que no era más que un bastardo egipcio, le diera la forma de Javeh (Jehová); estos especialistas inigualables en las malas artes de la falsificación, al canon judío le suman, por ejemplo: Tobías, Sabiduría, Eclesiástico, Baruch y cartas de Jeremías, Macabeos I y II, oración de Azarías, himno de los tres jóvenes en el horno, historia de Susana, historia de Bel y el dragón, Ester 10, 4-16, 24.

Los protestantes rechazan todos éstos por haber sido sospechosos de falsificación (es decir, deuteronómicos).

Por su parte, la Iglesia Cristiana Griega (ortodoxa) le suma al Viejo Testamento judío de Jabne (Jamnia) cuatro obras: Sabiduría, Eclesiástico, Tobías, Judit, con lo cual quedan como más exagerados que los protestantes pero menos que los católicos.

Ahora, eso no es todo respecto a la llamada Biblia que pretenden apropiarse los cristianos, sino que esos turpenes de la falsificación y el engaño ni siquiera desplegaban sus labores teológicas en la época del cristianismo primitivo partiendo de la falsificación de Jabne, sino que lo hacían del canon del judaísmo helenista, que ya de por sí olía a heterodoxia y a herejía, y usaron ante todo la versión llamada septuagenta, que fue elaborada por los judíos de la diáspora en Alejandría por diversos traductores del siglo III antes de la Era Cristiana.

Así, en lo que atañe al Viejo Testamento, proceden las curiosas e interesantísmas preguntas: ¿en base a cuál canon judío o a cuál secta del cristianismo se leería la Biblia en las escuelas? ¿Los realengos saltapatrás evangélicos del patio se inventaron uno o irán corriendo a los EUA para que sus centros de mando le dicten otro?

Pero apenas en julio del pasado año el máximo exponente en el país en términos personales de la perversa ignorancia ilustrada, que tiene la cepa de la raíz enclavada en el seudo mundo de la religiosidad y que ostenta el rango de Obispo auxiliar, monseñor Arnaiz, brazo derecho en estos menesteres, como todo buen jesuita, de lo peor y, por lo tanto, en nuestro caso, del siniestro cardenal López Rodríguez, escribió una serie de dos o tres articulejos en la prensa venal de la burguesía prostituida del patio, pues ya no usan ni siquiera sus medios propios (¿no lo ubica esto entre los herejes y candidato a ser asado vivo por el santo oficio cuando la Santa Iglesia decida ponerlo a funcionar de nuevo? O ¿acaso ha dejado de funcionar ? ¿acaso el método de las puñaladas por la espalda, que es el de su preferencia, según J. J. Benítez, autor de El Caballo de Troya, no es una modalidad recreada del canon de muerte inquisitorial del medievalismo?) cuyo contenido sería persistir en que La Biblia, aún con todos sus “conocimientos”, es “la divina palabra de Dios”, y todo con una única y exclusiva finalidad: preservar la condición parasitaria y de opio del pueblo del cartel Vaticano que usufructúa, con privilegios y todo, la alta jerarquía católica en nuestro país.

El cinismo de este granuja ensotanado que empieza por la vana y torpe pretensión de fingir una hipócrita amplitud de miras en el ejercicio de sus supersticiosas pseudo-creencias (¿cabe ser “amplio” en dichos menesteres?), apenas logra demostrar que como intelectual es un mercenario de la peor calaña y como cura (obispo) sólo se puede encontrar a uno igual o peor que él en el seno de los cristianos protestantes (evangélicos). Para Arnaiz en su primer articulejo resultan ser sólo tres equivocaciones los yerros interesados sobre “la Biblia” cuando de ésta se habla como libro de ciencia, lo de “la Biblia como libro de historia” y  lo de “la Biblia como colección de ejemplos piadosos y edificantes”.

Si tomamos sus palabras literalmente, no es menos cierto que “la Biblia” no es ni puede ser un libro de ciencia, ni de historia, ni mucho menos de edificantes ejemplos piadosos (¿acaso el de Lot, entregando a sus dos hijas vírgenes a los sodomitas para que les hicieran violaciones masivas -manigua- puede ser un edificante o piadoso ejemplo que sirva para educar a un joven en sus posturas cívicas?), pero decir, propalar o creer tal cosa no es asunto simple y llanamente de equivocación, como pretende Arnaiz. Es claro, nosotros entendemos que la Biblia no puede ser un libro de ciencia, puesto que la Biblia es un amasijo de tan vulgares como insólitas, además de poco elegantes fábulas anticientíficas (de las que no se logra nada ni aun poniéndolas de patas en el suelo) que no se compadecen siquiera con el requerimiento más elemental o primario de búsqueda de la verdad como base de la historicidad y que, siendo un lodazal de atraso, perversidad, promiscuidad sexual, retrato de la concupiscencia en que gustoso se cimbrea y deleita Jehová o dios (el tótem primitivo judaico) en un torrente libidinoso de incestuosidad y perversidad criminales no conocidos ni inventados nunca antes en testimonio de la podredumbre intrínseca que encarna dicho dios Jehová; sin embargo, es lógico, por otro lado, que tampoco estamos contestes con ese energúmeno Arnaiz en lo que se refiere a la supuesta voluntad divina (totémica) ni mucho menos con su insana pretensión de definirla como colofón de palabras divinas que, desde su condición de hechicero ensotanado, le atribuye al mamotreto incalificable llamado Biblia cristiana.

Más aún si con estas palabras damos el primer paso en la refutación del primer articulejo de Arnaiz, cuando hemos de sólo pensar en el grado de inescrupulosidad que exhibe dicho obispo en su otro articulejo titulado “La aportación marxista” a la cristología, es entonces cuando empezamos a entender la condición innata de falsificador, tergiversador, simulador y embaucador que se requiere para ser miembro de una institución tan inmoral como criminal (cristiana) como es la Compañía de Jesús o de los jesuitas, a la que ese eunuco mental pertenece. Y ya empezamos a entender cuál era la primera virtud de los llamados padres de la Iglesia.

Ambas empresas críticas las hemos de abordar desde las páginas de “¡Despertar!”. Entendemos que éste no es el lugar apropiado.

Ahora bien, sólo nos falta por apuntar dos cosas.

La 1ra. es respecto a que el creador de la religión judaica o judaísmo, que es supuestamente el tal Moisés, ni siquiera hay pruebas históricas de que existiera. Los teólogos judíos y cristianos con dos dedos de frente opinan por lo general en los siguientes términos, del tal Moisés, lo mismo que de Abraham, Isaac, Jacob (Israel):

“... en ninguna parte fuera de la Biblia se ‘documenta’ la existencia de estas venerables figuras (y otras más recientes). No hay ninguna prueba de su existencia. En ningún lugar han dejado huellas históricas; ni en piedra, bronce, rollos de papiro, ni tampoco en tablillas o cilindros de arcilla, y eso que son más recientes que, por ejemplo, muchos de los soberanos egipcios históricamente documentados en forma de las famosas sepulturas, los jeroglíficos o los textos cuneiformes, en suma, auténticas fes de vida. Por lo tanto, escribe Ernest Garden, ‘o bien se ve uno tentado a negar la existencia de las grandes figuras de la Biblia o, en caso de desear admitir su historicidad, aun a falta de material demostrativo, supone que su vida y su tiempo transcurrieron del modo como lo describe la Biblia, cuya redacción última procede del material de cuentos y leyendas orientales que circularon durante muchas generaciones’”.

Así, los cinco libros de Moisés, son cinco libros que éste no ha escrito. Su epitafio lo escriben los historiadores de la religión en los siguientes términos: “ ‘Y Moisés tenía ciento veinte años cuando murió’, relata la Biblia, aunque sus ojos ‘no se habían debilitado y sus fuerzas no habían disminuido’ y el propio Dios le enterró y ‘nadie sabe hasta la fecha cuál es su tumba’”. Esta es la versión bíblica, ¿quién quiere creerla?

“Un fin bastante raro. Según Goethe, Moisés se suicidó y según Freud su propio pueblo lo mató. Las disputas no eran raras, con todos, con unos concretos, con Aaron, con Mirjam. Pero como siempre, el cierre del quinto y último libro recuerda significativamente ‘los actos de horror que Moisés cometió ante los ojos de todo Israel’”. Esta es la versión de la exégesis crítica.

2da. Que el hecho sorprendente de que los cristianos no guarden ningún tipo de escrúpulos al englobar publicitariamente su Nuevo Testamento con el Viejo se debe al hecho de que la lectura de las bestialidades y las monstruosidades del Viejo Testamento hace que las suyas propias, al leerse y conocerse en conjunto, den la sensación de ser una especie de bebida de aceite de vitriolo frente a la disyuntiva de tener que tragar plomo derretido. O tal vez obedezca al peregrino criterio de que las infamias divididas entre más, resultan así de ese modo de menos peso.

Pero tal vez nos expliquemos mejor dándole la palabra a Mark Twain, afamado escritor norteamericano (1835-1910), quien irónicamente comentara:

“El Antiguo Testamento se ocupa esencialmente de sangre y sensualidad; el Nuevo de la salvación, de la redención. La redención mediante el fuego”.

De todos modos, no hay dudas de que la conjugación maniática y sicopática de Viejo y Nuevo Testamento en los cristianos es con el fin de acentuar la relatividad de lo malo, como entre lo frío y lo caliente, que todo depende para percibir la sensación dónde se tenga metida previamente la mano.

 

LAMG

 

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