El tractorcito es mío… y no se lo doy a nadie
Ahora, en el viaje de Rafael Hipólito Mejía al
Japón, se ponen de manifiesto otra vez esas pequeñas cosas que sólo
dejan entrever el obsesivo apego de su personalidad a la propiedad de
insignificancias y pequeñeces que traducen mezquindad de espíritu, así
como un primitivo fetichismo por objetos mercancías. Por
la boca muere el pez, dice el refrán. Y nos da qué pensar que a razón
de eso fue que el banquero, como buen comerciante-especulador, había de
conocer el cliente, y decidió ponerle el cebo de la tarjeta de crédito
en manos del jefe de avanzada de seguridad. Por ahí llegaron los Rolex
y otras muchas cosas más. Hizo su colección y, es mía, y malo quien
me la quita. También
vino lo del libro editado con los fondos del Estado, redactado tal vez
por el mendaz mercenario plumífero Colombo, “es mío y no lo regalo a
nadie, quien lo quiera que lo compre, su precio es RD$550.00”. El
tractorcito es mío, me lo regalaron como premio por 18 años trabajando
como empleado de esa empresa. Y no se lo voy a dar a nadie, es mío, mío
y mío. Que se sume esto a yo, yo y después un centenar de veces más
yoooo. ¡Ah!,
pero lo que se le olvidó es que ese viaje costosísimo de él y de su
interminable séquito al imperio del sol naciente se ha costeado con
fondos multimillonarios del Estado dominicano. ¿Por qué entonces el
tractorcito “regalado” entre comillas no se toma para donarlo a una
comunidad de agricultores o a una escuela politécnica y de agricultura?
Mezquindad, mezquindad; compadre, el que nace coco, de conconete no pasa
pues, como dice el slogan, con clase se nace, la clase no se hace. Pero
como el conocimiento, según los estúpidos curas, viene por obra y
gracia del espíritu santo e inspiración divina y no por la práctica y
el estudio, no por la práctica y síntesis de experiencia en el campo
de la producción, no por la práctica y síntesis en el campo de la
experimentación científica ni tampoco por la práctica de las bregas
sociales y las luchas de clases, sino que se nace sabiendo y hay quienes
son escogidos por ese invento primario del hombre ignorante llamado dios
para ser lumbreras. Es
posible que alguien consecuente con el peñagomismo y su doctrina
vuduista de la predestinación que, siendo común con la teoría católica
agustiniana y alquimista, haya convencido a Rafael Hipólito Mejía de
que él y sólo él tiene facultades para resolverlo todo. Y, en efecto,
por eso en nuestro país está todo resuelto, y vivimos como vivimos, ¡muertos
de risas!
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