Monumento a esbirros sanguinarios militares y civiles de Trujillo busca estimular criminalidad en institutos castrenses

 

Se equivocan largo a largo los que quieren dorarle la píldora al país, pregonando que lo del monumento erigido por Rafael Hipólito Mejía y Soto Jiménez a los esbirros y chacales asesinos del dictador Trujillo fue un simple desliz o un sencillo error de cálculo de estos y, en particular, del teniente general José Miguel Soto Jiménez.

Pecan de desaprensivos y de apoyadores tanto de lo malo como de los que, por intrínseca perversidad de corazón y de mente, se inclinan por hacerle daño a su prójimo, los que no quieren entender que con ese monumento a dichos esbirros y chacales lo que buscan y persiguen Rafael Hipólito Mejía y Soto Jiménez es estimular entre las instituciones castrenses, la Policía Nacional y los círculos dañinos del país, la disposición de ánimo de querer revivir aquellos negros días de la dictadura, donde el pueblo, sin derechos ni libertad, agonizaba lleno de sufrimientos en medio de la más terrible pesadilla.

Los patrocinadores de ese infame monumento sólo persiguen reabrir y ahondar las heridas sangrantes que no acaban de cerrarse ni logran cicatrizar puesto que los ocupantes del Poder del Estado hasta el día de hoy, salvo en momentos aislados, sólo han actuado despóticamente hacia el pueblo y el país como sucesivos herederos del estilo dictatorial y absolutista de Rafael Leonidas Trujillo y del tirano-alimaña Joaquín Balaguer, tal y como acontece ahora con Rafael Hipólito Mejía, cosa ésta que el pueblo palpa y está comprobando por sí mismo, puesto que no hay mejor escuela de enseñanza que los hechos que conforman la vida cotidiana.

Lo del trujillismo y el antitrujillismo no es un asunto de que sucedió y ya pasó. No es algo a lo que usted ni nadie puede pasarle un borrón ni unas cuantas rayas encima y ahí mismo desaparecen.

Eso sólo lo defienden los que quieren seguir aplicándole al pueblo el mismo veneno del trujillismo sin Trujillo, como es el caso de Rafael Hipólito Mejía, los PPgatos y el PRD; que Bosch convirtió a éste en tribuna de la infame consigna de “borrón y cuenta nueva” con la que terminó rehabilitándose Balaguer, que reimpuso otro largo y negro capítulo del trujillismo, aún cuando éste, como persona (Trujillo) ya había muerto. Tal y como se podría comprobar en el documental histórico que recientemente ha comenzado a exhibirse, titulado “Los abusos del Poder” efectuados por Joaquín Balaguer y su Banda con toda intensidad desde el 1966 hasta el ’78, y luego con menor intensidad, pero con los mismos métodos, durante otros diez (10) años desde el 1986 hasta el 1996.

Hay una secuencia de hechos y comportamientos de parte de esos dos personajes, llamados Rafael Hipólito Mejía y Soto Jiménez, identificados y vinculados ambos tanto con el trujillismo de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina, como con el trujillismo del déspota y tirano-alimaña Joaquín Balaguer, que ostensiblemente sirven para sustentar con bases sólidas e inequívocas, lo de que hoy y siempre ha habido una secuencia histórica que conforma una continuidad ininterrumpida de la gravitación hegemónica y predominante del trujillismo con sus métodos, su arbitrariedad, su abusiva conducta, sus salvajes métodos coercitivos y criminales, sus actos de atropellos a la gente, su negación a los derechos humanos y democráticos, su desprecio absoluto por las leyes y las normas constitucionales, su inequívoca inclinación a gobernar mediante el absolutismo, la arbitrariedad, etc., considerando a las masas empobrecidas como amasijo inmundo que sólo sirve de escenario para sus afanes de politiquería demagógica, y su falta de respeto por los valores patrióticos y democráticos y se burlan del esfuerzo de los amantes del país, tal y como queda fehacientemente demostrado con la disposición baja y sucia de erigir, por parte de Rafael Hipólito Mejía y Soto Jiménez, ese afrentoso monumento a los esbirros y chacales de la dictadura, uniformados para enlodar lo que pudiera ser o haber sido la dignidad de unas FF.AA. llamadas a defender la soberanía nacional sin que nunca en todo el tiempo de fundada y en el curso del pasado siglo XX, o en lo que va de este recién inaugurado siglo XXI, lo hayan hecho, esto es, que nunca han cumplido con su cometido. Todo el tiempo han estado de parte de la opresión y practicando la condición de soporte del entreguismo y el lacayismo ante el Poder extranjero.

Así, es totalmente inaceptable, en medio de esta deplorable situación, caracterizada por el incremento ilimitado tanto de la explotación como de la opresión del pueblo, con el concurso del Poder del Estado Nacional y del Poder Ejecutivo, eso de la reconciliación nacional, puesto que jamás puede haber reconciliación entre los verdugos impunes y sus víctimas subyugadas, oprimidas y asesinadas.

Hablar de que pasos como ese del monumento a los esbirros y calieses podrían ser válidos en aras de la reconciliación, como hipócrita y perversamente preconiza el trujillista desembozado Leopoldo Espaillat Nanita, es una evidencia más de que se trata de una infame pero real trama de los más recalcitrantes círculos trujillistas. Este habla de reconciliación luego de que durante años se la haya pasado alabando supuestas e imaginarias virtudes patrióticas y nacionalistas inventadas por nostálgicos agentes de tan nefasto régimen.

Es digno y ejemplar el gesto de Poncio Pou Saleta y de Mayobanex Vargas, así como del cubano Delio Gómez Ochoa, que reside con todo derecho en el país, que es efectivamente su segunda patria ganada en el campo del honor, el sacrificio y el decoro, de rechazar el infame monumento erigido por expresa disposición e interés del dúo Rafael Hipólito Mejía-Soto Jiménez, en representación de los esbirros y chacales del trujillismo.

 

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