El
imperialismo encarna el fascismo, los abusos, las violaciones a los
derechos de las personas, los crímenes de lesa humanidad y el genocidio Está
confirmado: En Irak, los soldados torturadores recibieron órdenes. El
gabinete de George W. Bush ya se encuentra formalmente implicado en las
torturas realizadas en Irak a prisioneros políticos. Lo curioso es que
EE.UU. fue a Irak a enseñar un nuevo estilo de vida, y terminó
sobrepasando, tan sólo en un año, todos los crímenes que Bush y su
banda le endilgan al régimen de Saddam Hussein. Como
es conocido, el gobierno de EE.UU. aprobó en abril del año 2003, 20 técnicas
de interrogatorios extremos para presionar a los presos en la base de
Guantánamo (Cuba). En
ellas se insta, para torturar a los presos secuestrados allí, a invertir
sus patrones de sueño, desnudarlos, exponerlos al calor, al frío, al
ruido y a las luces brillantes, según informa “The Washington Post”. Este
informe es difundido tras conocerse la humillación a la que han sido
sometidos los iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. La
lista clasificada, aprobada en los niveles más altos del Pentágono y del
Departamento de Justicia, representa la primera política gubernamental
que otorga a los interrogadores permiso para utilizar métodos que son, física
y psicológicamente, contrarios a los derechos humanos. Esas
instrucciones criminales del gobierno de Bush son contrarias a la Convención
de Ginebra que EE.UU. firmó en Suiza para el tratamiento de prisioneros
de guerra. Las
personas que inflijen estos abusos sólo deben justificar que el trato más
rudo es “militarmente necesario”, cita el Washington Post a uno de los
funcionarios. Una
vez que esté aprobado, ese trato se debe acompañar por la supervisión médica
“apropiada”, añadió. El
diario cita a uno de los abogados implicados en escribir las pautas:
“queríamos un poco de más libertad que en una prisión de EE.UU., pero
no tortura”. Según
esas, las pautas citadas por el diario, algunos presos pueden ser
obligados a estar parados por cuatro horas, o ser interrogados desnudos en
su celda. Mónica
Prieto, corresponsal del diario El Mundo, de Madrid, España, destacada en
Irak, entrevistó a uno de los torturados que aceptó hablar. El relato es
el siguiente: Tiene
38 años, es de nacionalidad iraquí aunque nació en La Meca y está
casado con dos mujeres, una rusa y otra chechena. Trabajó con una ONG
norteamericana en la república caucásica en plena guerra, y sus tres
hijos, el mayor de ocho años, nacieron en Abiyán, Siria y Rusia. Este
hombre, que ha pasado ocho meses y medio preso por EE.UU. en Irak, la
mayor parte del tiempo en la siniestra Abu Ghraib, piensa que su currículo
es lo único que explica su detención a manos de los norteamericanos. Durante
su reclusión como preso político, fue testigo del trato humillante que
se dispensa a los presos y confidente de excepción de los torturados.
Nunca le explicaron por qué había sido detenido, tampoco por qué le
liberaron. Este
es el relato de Mohamed, nombre ficticio de uno de tantos presos
humillados en los Guantánamo creados en Irak. “La
primera vez que me pusieron la bolsa, sentí terror. No me dieron
explicaciones, se limitaron a meterme la cabeza en una tela de saco. Me
costaba respirar, no sé si por el miedo o por la falta de aire. Era sólo
el principio de un calvario que tardaría ocho meses y medio en terminar. “Cuando
llegamos a Abu Ghraib, lo primero que vi fue a un grupo de prisioneros de
rodillas, esposados y con los ojos vendados. Entonces pensé que ése sería
el lugar donde moriría. Fue la primera vez durante mi detención que sentí
terror, y no sería la última. “En
realidad, las fotografías que han salido publicadas no pueden sorprender
a nadie que haya pasado por esa prisión. Cada vez que alguien era
desplazado a los edificios para ser interrogado, regresaba con el rostro
amoratado, casi azul, o con el cuerpo roto a golpes. A un preso le dejaron
a solas toda la noche con un perro en una celda. “Lo
peor era la tortura mental. Mucha gente que, incluso en las tiendas de
campaña, pasaba varios días sin ropa. Un día se las quitaban en los
interrogatorios y al regresar no tenían qué ponerse. A otros les ponían
bragas y hasta compresas para que todos se rieran de ellos. Un preso me
contó que, durante su interrogatorio, los guardias le dieron un
consolador de plástico. Querían que se penetrase. El hombre,
aterrorizado, lo intentó pero comenzó a llorar”.
|