LA NAVIDAD ES PAGANA

El cristianismo y su práctica de usurpar y luego satanizar y perseguir al que ha despojado

 

Se está celebrando en el país lo que se llaman las fiestas navideñas, establecidas como festejos por el cristianismo, particularmente católico-vaticanista, como las del nacimiento del mitológico dios-hombre o niño-dios, el llamado como Jesús, que luego al ser crucificado simbólicamente sería erigido -según continúa desarrollándose la leyenda mitológica- por Pablo de Tarso o Saulo Paulo en Jesucristo, dando así culminación y forma al conjunto de supersticiosas creencias que recorrían, atravesando, pueblos salvajes e ignorantes además de subyugados por otros países y otras etnias, eventualmente más desarrolladas y poderosas que reducían las primeras a la condición de esclavos.

Esas leyendas, reflejando la impotencia ante el avasallador poder de los triunfadores de parte de los dominados, recreaban las esperanzas de la aparición de un Mesías, de un Salvador, de un Cristo, que era la palabra con la que, en el idioma griego, el más avanzado al momento de constituirse el Imperio Romano en el año 27 antes de la Era actual, se designaba esa función de guía y jefe de la liberación.

Siendo Israel un pueblo sumamente ignorante y tal salvaje que los griegos los consideraba como beduinos bárbaros carentes totalmente de cultura, es lógico que fuera de las comunidades humanas más salvajemente supersticiosas y apegadas a aquellas leyendas que hablan de los tiempos apocalípticos que anuncian la llegada de su mesías que los habría de liberar de las continuas dominaciones que, como un yugo permanente, se sucedían una tras otra. El Imperio Romano se instaura casi al mismo tiempo que este imperio establece su dominio colonial sobre el Medio Oriente y particularmente sobre Judea y Palestina.

Esta comunidad salvaje, ignorante, que carecía casi por completo de literatura, de pintura, huérfana en el cultivo de las bellas artes y reducida a su estadio casi animal, seguía proclamándose recalcitrantemente el pueblo escogido por su dios Jehová, Javeh, Elí, etc., para reinar e imponer su voluntad imperial sobre todos los demás que, en último caso, habían sido creados por aquella fatídica entidad divina para reinar, subyugando a todos los demás, tal y como se retrata en uno de sus textos sagrados y compendio de sus criminales, sangrientas y depredadoras prácticas, llamado “El Deuteronomio”.

Los romanos, con su Imperio y la casta militar predominando en el dominio del Estado y toda la sociedad, no eran menos ignorantes, aunque evidentemente superiores en el orden del Poder, a los famélicos y salvajes israelitas, a los que no les resultó fácil someter, pero no a consecuencia de sus fuerzas reales, sino de su salvaje  fanatismo religioso que los hacía compatibles sólo con sus aberradas prácticas mágico-religiosas, ritos y liturgias de hechicerías y supersticiones aborrecibles.

Roma aplastó definitivamente a Israel en los años 70 de la era actual cuando Tito ordenó la destrucción y pase de rodillos sobre Jerusalén, so pena de vender como esclavo a todo judío que tan solo se acercara a sus límites.

Y para ese mismo tiempo apeló el Imperio al empeño de integrar las grandezas de la filosofía y cultura de la Grecia pagana con las supersticiones judaicas-israelitas salvajes y de todas las demás creencias paganas de Asia Mayor y el Medio Oriente como las de los persas, la antigua Babilonia, Egipto y de las culturas del norte del Africa -básicamente animistas- resultando de todo ello como producto la creación de Jesús el Cristo que se integra en la palabra compuesta Jesucristo, lo cual es obra en lo personal e individual de la mente enfermiza y maltrecha de la sífilis en cuarto grado que afectaba, provocándole epilepsia, al príncipe herodiano, pero romano de nacimiento, llamado Saulo Paulo, latinizado como Pablo de Tarso, educado por Filón de Alejandría, filósofo neoplatónico de orientación estoica -o sea, versado en la filosofía pagana helenística-griega- pero que a la vez, como hijo de familia nabatea (de Palestina) este Saulo Paulo (Pablo) no renunciaba a su ancestral apego a las supercherías y hechicerías de sus tribus, y de ahí que insistiera en ellas e intensificara su apego a las mismas, lo que era agravado por las alucinaciones cabalísticas intensificadas por los devastadores efectos de la sífilis en cuarto grado y el consumo de estupefacientes en los rituales, conforme a las viejas liturgias griegas, que los salvajes de uno y otro sitio y de todos los lugares y comunidades no estaban a la altura de apreciar como meros ejercicios espirituales sin significado propio y de exclusivo alcance simbólico, tal y como fueron concebidos por sus originales creadores griegos. De allí surge, como bien ilustra el llamado Evangelio de Juan, documento helenístico-gnóstico, ensaculado con  las supersticiones salvajes de las comunidades judías, el llamado Jesucristo, como un acabado producto sincrético e imaginario en el que concurren todas las virtudes y cualidades, así como el martirio y el sufrimiento que lo ha de identificar con los subyugados a los que estaría destinado a salvar, pero no de su esclavitud y opresión material, sino para reafirmar su carácter de producto sincrético irreal, que nunca ha existido ni ha de existir, fruto de la imaginación humana.

Pero si la leyenda y la mitología decía que el hijo de Dios se haría hombre, había pues que hacerlo nacer hombre. Si el mito más celebrado decía que había nacido en una cueva, pues había que hacerlo nacer en una cueva. Si la leyenda que servía para consolar a los subyugados decía que había nacido pobre, pues que naciera pobre. Si decía que los magos de todos los confines y razas habían de rendirle culto, pues que vengan los reyes magos. Si esas leyendas de los salvajes decían que pastores humildes habían concurrido al nacimiento, pues que vengan pastores. Y así sucesivamente. Lo único es que el producto sincrético e imaginario, que es el mitológico Jesucristo desde su mismo nacimiento, por todo lo suyo estar hecho de remiendos y parches irracionalmente sumados tomando de aquí y de allá, pero por sobre todo, como la finalidad es que sirva de instrumento a los verdugos de siempre para perpetuar y recrear la esclavitud que le imponen a las masas, ¡qué importan las incoherencias e incongruencias! El hambriento no piensa ni está en  capacidad de discernir. La necesidad y su angustia desesperante que engendra, tienen cara de herejes.

Pero el 25 de diciembre que los cristianos -particularmente católicos apostólicos y romanos- celebran como la fecha del nacimiento de su niño-dios que sería el dios-hombre, no se concibe ni es posible que anden pastores dándole en el campo hierba verde a sus ovejas en medio del crudo invierno y la nieve en el Medio Oriente.

En el judaísmo no se aceptan los magos pues son sinónimos de brujos y como tales condenados a la muerte por lapidación y crucifixión en símbolo de infamia.

Pero el 25 de diciembre nació Nerón, cuya fecha de nacimiento era celebrada en Roma durante su Imperio por cuanto el Emperador era considerado dios y su fecha de nacimiento era la del nacimiento del dios Nerón.

Y por la otra vía, el 25 de diciembre es la fecha del nacimiento de Apolo y de Mitra el hijo del sol -el astro rey Zoroastro persa que era su padre-.

Los proto-cristianos hijos de los salvajes de la Palestina, de los desiertos y de las elevadas montañas del Qumrán, conforme a sus leyendas mitológicas, celebran el nacimiento del hijo de dios con la llegada de la primavera y el ocaso del mortal invierno, lo que corresponde al mes de marzo.

El cristianismo es la continuación de la imposición de las creencias salvajes y supersticiosas con el fin de mantener subyugado al conglomerado de oprimidos y esclavizados por medio del adormecimiento que les castra la inteligencia y vuelve infecundo el discernimiento de los pueblos, es, no hay duda, opio del pueblo, es una droga.

 

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