DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Baratija para atrapar incautos ya aceptada como inexistente por la misma jerarquía del Vaticano, S. A.
Los ignorantes que repiten, en testimonio y en prueba de su rampante ignorancia, los disparates supersticiosos contenidos en los llamados Viejo y Nuevo Testamento, que en conjunto forman la biblia cristiana, no se percatan de que se lloran y se cantan a sí mismos. Tal acontece con lo de: “Maldito el hombre que cree en otro hombre”. ¡Oh!, pero ¿acaso no se dicen adoradores del dios-hombre que sería el tal Jesús? “Conocí a Cristo y desde entonces soy libre”. “Cristo libera”, y así sucesivamente. Pero se trata de ignorantes. Otra cosa son aquéllos que están conscientes de la estafa que perpetran con sus farfullarías religiosas, con los ritos, liturgias y cosmogonía y teología, ensartas de supersticiones y falaces creencias mágico-fantásticas, como son los obispos, curas y monseñores, o los teólogos y ministros de las sectas cristiano-protestantes. Mucha gente se cree o se quiere imaginar que lo de Agripino Núñez y sus estructuras son obras de su interés particular, o fruto de una percepción suya de aportar o intentar la solución de la problemática nacional. Y eso es falso de arriba hasta abajo y de los pies hasta la cabeza. Como por igual se engañan los que hacen creer que los del grupo Ucamaimo de Guillermo Moreno y su esposa Aura Celeste Fernández, responden a concepciones y plataformas independientes respecto a la Judicatura o la institucionalización de la vida nacional. Son apéndices y dependientes del cruce en su mismo punto de intersección, o sea, donde se cruzan los puntos de vista y plataforma neo-coloniales y recolonizadores del imperio-capitalismo norteamericano y de la Unión Europea, del que Canadá es algo así como su creatura, todos éstos de un lado, con los intereses y objetivos colonizadores y de testamentarios de las falsas decretales de la curia romana, llamada (con toda la ironía y la burla de ellos mismos) la Santa Sede y del artificial Estado o enclave del cartel Vaticano. La pregunta pertinente es: ¿Y cuál es el contenido común de ambos bandos respecto a los países tercermundistas, que son todos los que constituían el Viejo Mundo colonizado, a excepción única de los Estados Unidos de Norteamérica? La globalización neoliberal es, ciertamente, como se desprende de la subsiguiente breve explicación, la bandera común del bando de los países imperio-capitalistas y el cartel Vaticano, debiendo nosotros aclarar que el término cartel aquí usado, es en paridad de significado equivalente al de los carteles de narcotraficantes colombianos, mexicanos, chinos, norteamericanos, de Asia, etc., y no necesariamente como concepto equivalente o sinónimo de los grupos asociados de monopolios internacionales, a los que la economía política les asigna dicho nombre. Cuando en el 1991 el actual moribundo Papa, que ha logrado instaurar su negra y tenebrosa pesadilla personal durante un tiempo récord para el Papado, emite su llamada encíclica, que es el nombre que la Iglesia Católica, S. A. otorga a las cartas o declaraciones significativas de su gran brujo (pues en realidad el cristianismo en cualesquiera de sus múltiples sectas, de la que la católica es sólo una más, no dejará nunca de ser una gran hechicería, con sus supersticiones artificiosamente trabajadas en empeño de ocultar su carácter mitológico, contradictorio, sus engaños, sus trampas, su carácter inconsistente, estafador, oscurantista, etc.) que es el llamado Papa, que es a la vez una especie de gran chamán sobre los demás chamanes o grandes brujos, como serían precisamente sus obispos y cardenales, carta o encíclica en general dirigida a su clero de inferior rango, o bien a la parte superior de sus sacerdotes subalternos con grados jerárquicos de obispos en un país o región determinada; diciendo que es en conmemoración de la Rerum Novarum, que en ese año cumplió 100 de publicada, por lo que la llama, a la suya, Centesimus Annus (o sea, el centenario), en realidad era con el objetivo de reajustar la estrategia del Vaticano y su cartel religioso católico, del período de la guerra fría en que habían hecho de más fiero batallón anticomunista y contrarrevolucionario al servicio del capitalismo y del imperialismo mundial, y adaptarse a las nuevas condiciones, una vez que, precisamente en ese mismo 1991, Yeltsin, el gran tránsfuga revisionista declarado agente yanqui neoliberal, proclamó la disolución de la Unión Soviética y del campo socialista, con lo que efectivamente se recreaba un nuevo período histórico diferenciado en forma singular del que había quedado tras finalizada la Segunda Gran Guerra o Guerra Mundial. Lo más destacado que encierra esa encíclica del actual Papa es que en la misma éste reconoce la bancarrota de su pretendida doctrina económico-social que durante un siglo esa misma Iglesia había tratado de ocultar llegando a proclamar, tal y como dijera en el Radiomensaje Navideño del año 1942, el Papa de Hitler, Pío XII, el Pacelli, que: el orden socio-económico imperante –que emanaba de la “voluntad de dios y por mandato de Cristo -citamos textualmente- ha sido confiado a la Iglesia Católica y al Vaticano en nuestra condición -proseguía Pío XII- de sus representantes, como su custodia, ya que conforme a la ley fundamental del derecho canónigo todo lo natural es creado por dios y Cristo, de ahí su inmutabilidad y la imposibilidad de cambiarlo ya que todo lo existente tiene carácter sobrenatural, o sea que es divino”, es fruto de que dios así y no de otra manera lo ha dispuesto y así es que lo quiere. Y el reconocimiento de todo el absurdo contenido en esas palabras papales de Pío XII (¿y no dice un supersabio abogaducho, de los pretendidos ilustres, llamado Jottincito Cury, que las encíclicas no se equivocan?) es lo establecido por el actual Papa Juan Pablo II, en el 1991, en su encíclica Centenario, cuando afirma: “La Iglesia Católica no tiene un modelo socio-económico para ofrecer a la sociedad, excepto decir a la gente que hay que seguir luchando contra la pobreza moral y natural” (hasta aquí la cita textual de la encíclica del actual moribundo Papa Juan Pablo II, llamada Centesimus Annus o simplemente Centenario). Pero antes de proseguir y entrar al terreno en que este Papa y en la misma encíclica acepta ser, junto a la Iglesia y todos los curas, sirvientes del neoliberalismo, al que llama la democracia, necesario es que hagamos los siguientes brevísimos comentarios, para que les sepan a candela dentro de una herida sangrante a los parásitos sacerdotes y en particular tanto al Cardenal y al Episcopado de Benito y sus cundangos como a los rastreros alabarderos babosos de la prensa amarilla, como el miserable mercenario (misemerce) César Medina, junto a la pajarera y a Miguel Franjul, como al despreciable invertebrado Ruddy González. Se recordará que los demócrata-cristianos y social-cristianos hacían una descomunal alharaca con la vagabundería del llamado bien común y el cooperativismo corporativista, extraídas ambas supercherías del arsenal fascista y falangista de los italianos de Mussolini y españoles Franco-Opus Dei, llegando hasta a especular sobre un supuesto régimen basado en el bien común y el cooperativismo como propuesta ideológica del cristianismo a lo Jacques Maritain, ¿y qué? ¿dónde han quedado todos estos disparates con el reconocimiento de la orfandad de la Iglesia Católica en cuanto a propuesta socio-económica para la sociedad formulada por Juan Pablo II en su encíclica Centenario del 1991? ¡Vamos, disparatosos y babosos, hablen, batan la mierda! ¡Vamos arriba!, que mientras más la baten más “jiede” y eso es lo que buscamos. Otra cosa más, si como sustentan Tomás de Aquino, Agustín de Hipona y todos, suponemos, los pretendidos teóricos eclesiásticos modernos, en los que nos atrevemos a incluir a Francisco Arnaiz, a su supuesta enciclopedia de marxismo con agua bendita, incienso, ritos de eucaristía y autoflagelación Carlos Benavides, el mundo y la sociedad son fruto de la voluntad de su dios, de esa su inventada deidad suprema, que nadie nunca ha visto a menos que se sea muy rico, y por ahí todo lo existente es natural en tanto es divino, de lo que extraen la fatal conclusión, suya y sólo suya, de que todo lo existente es inmutable y quien pretende cambiarlo blasfema contra su dios -por lo que debe ser quemado, como es su vieja costumbre- y ¿cómo es que ya y ahora la Iglesia reconoce esa orfandad de modelo socio-económico para ofrecer a la sociedad? Todo lo de la Iglesia, desde siempre, y en particular desde el inicio de la guerra fría hasta su final, representa su empeño a favor de la explotación imperio-capitalista y de este régimen en particular. ¿Es esta su real confesión? Mañana volveremos de nuevo sobre este asunto que tanto nos gusta. ¿Y a usted no?
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