En la Iglesia Católica-Vaticano la homosexualidad, lesbianismo y pedofilia, tienen tal dimensión descomunal, que todos los obispos del mundo se han erigido en sus justificadores y apoyadores
En el estudio de la avalancha -pues no existe otra palabra mejor ni más exacta que avalancha para expresar la magnitud, o sea, el tamaño de la pedofilia y la homosexualidad en el seno de la Iglesia Católica-Vaticano- ésta de aberraciones sexuales que cunde las filas de sacerdotes y obispos católicos hasta el punto de que no estarían despistados los que tengan la sensación de que los seminarios son tanto centro de formación sacerdotal como una maquinaria de bugarrones y maricones en serie y al por mayor, además de cuestionar el absurdo sacramento del celibato con que ridículamente desde la época de Hildebrando, el Papa Gregorio VII, se pretende negar en la Iglesia Católica la naturaleza humana y de varones de los curas, buscando desesperadamente que los bienes de la Iglesia Católica no sean heredados por la descendencia de sus curas y obispos legalmente reconocidos por el orden jurídico prevaleciente en la sociedad, pues no es ningún objetivo sagrado ni divino lo que con el absurdo celibato se pretende obtener; y hay que destacar que el mundo de la religiosidad y de las creencias en dioses, deidades y misterios, se entrecruza con las prácticas y creencias absurdas, ilógicas, oscurantistas y de hecho aberradas, que son sustento de enajenación y alienación sicológica, que se ahondan y expanden dejando inmersos a sus sustentadores en un confusionismo de tal envergadura que pierden hasta la conciencia del género de que, por naturaleza, pertenecen, y este estado sicológico que equivale, con toda exactitud, a vivir bajo los efectos alienantes y enajenantes de los alucinógenos, tanto del alcohol en todas sus variedades, como de las drogas del tipo de los opiáceos, o de la marihuana, es lo que en conjunto alienta y favorece la homosexualidad y la pedofilia con carácter masivo en los contingentes de sacerdotes católicos. Los exegetas, con sus profundos conocimientos de la antropología de las religiones y particularmente del cristianismo, sea católico, protestante, luterano, calvinista o episcopal, ortodoxo griego o eslavo, ebionista o mandeísta, en fin, el cristianismo, emana, nace y se consolida de la amanita muscaria, también conocida como seta, que es un hongo alucinógeno en extremo hermoso con el techo de su copa rojo chino y muchos lunares blancos; este hongo aparece con la humedad y las descargas eléctricas después de las lluvias, los relámpagos, rayos y truenos. De estos hongos, así como del té de campana y del hachís, que eran conocidos y consumidos habitualmente desde mucho tiempo atrás por los grupos del Qumrán, que entre el siglo III y II antes de la era actual, se desprendieron, para llevar una vida errante en el desierto, de las comunidades israelitas de Judea, y en defensa, bajo esa insólita forma semi-salvaje, de la pureza de las leyes mosaicas, que veían adulteradas por las influencias avasallantes del helenismo griego, cuyas prácticas y convicciones paganas, bajo el imperio del macedonio Alejandro Magno, no había forma de liberarse de ellas dentro del mundo civilizado de entonces. A esos tés, les llamaban “la bebida sagrada de los dioses”. Lo cierto es que esas concepciones primitivas erigidas en creencias divinas a nombre del cristianismo católico, en contraposición al desarrollo de las culturas y de las ciencias, pretendiendo sostenerlas aún a pesar de los logros arrolladores de la tecnología, en la época de las computadoras y de los satélites espaciales, del genoma humano y de la clonación, de los trasplantes y las reproducciones transgenésicas, etc., etc., han conllevado sumir a sus sustentadores en grandes conflictos de identidad, y más aún, o sea, mayores y más devastadores son los efectos traumáticos cuando se pretende, como hacen los cristianos católicos y los mismos protestantes, los ortodoxos, etc., con sus falaces creencias mágico-religiosas y de puro carácter salvaje-primitivo y oscurantista, apuntalar para su defensa y supervivencia al insoportable régimen de explotación capitalista y del imperio-capitalismo mundial, erigiéndose en apéndices y apologistas, o sea, en los abogados defensores de los intereses anti-humanos de los consorcios monopolistas del capital financiero internacional y sus regímenes títeres. Colocados la Iglesia Católica y el cristianismo en el centro de esta función anti-histórica y sobre todo infame, la pedofilia, la homosexualidad y el lesbianismo, aún con el nivel de las aguas escabrosas en que navega el arca del catolicismo en busca de su supervivencia final, aparecen como males menores o, como irónicamente los ha llamado el Episcopado argentino en su defensa a ultranza del atrapado homosexual con las manos en la masa Macarone, “cada quien debe presentarse antes su dios con sus debilidades”. Y lo cierto es que en la Iglesia Católica-Vaticano, estas debilidades de homosexualidad, lesbianismo y pedofilia, tiene tal dimensión descomunal, que todas las diócesis cristianas y todos los obispos del mundo se han erigido en sus justificadores y apoyadores, pues han concluido que, en caso contrario, la Iglesia Católica se quedará sin curas ni monjas, sin sacerdotes, sin obispos, sin cardenales ni Papa, en fin, tendrían que cerrar la transnacional religiosa Iglesia Católica, S. A., si se declara y oficializa el pedimiento, por cierto rechazado por el Papa Juan Pablo II, de tolerancia cero para los homosexuales, lesbianas y pedófilos dentro de la Iglesia de Cristo, el dios-hombre, la Iglesia Católica-Vaticano. Así, aplastada y desconcertada por los efectos catastróficos de estos males en su seno, a todo lo largo y ancho del mundo, sobre todo en los EE.UU., que al ser la metrópolis de la globalización es donde más repercuten los hechos y escándalos, la Iglesia Católica-Vaticano, habiendo tenido que pagar más de 100 millones de dólares por indemnizaciones a consecuencia de las demandas por las aberraciones de sus sacerdotes y obispos, abusadores sexuales de niños, desde el 2000 hacia acá, la Iglesia Católica se encuentra prácticamente en un callejón sin salida, financieramente quebrada y totalmente desacreditada en el orden moral. Y la alternativa que indican preferir, es respaldar y erigirse en parte activa de los círculos más recalcitrantes del neoliberalismo y del imperialismo. Lo que aconteció ahora casi recientemente, con la reelección de George W. Bush, quien ha cometido los crímenes más bestiales contra la humanidad y los pueblos pobres, tradicionalmente esclavizados por Occidente, aún superiores a los de Hitler, Mussolini y Tojo en la Segunda Guerra Mundial, es más que ilustrativo, como lo es el camino que adoptó esa Iglesia Católica-Vaticano, que fue el de respaldar a Bush y amenazar hasta con la excomunión a los católicos que no sufragaran, esto es, que no votaran por Bush y en contra de su contrincante, el candidato opositor Jhon Kerry.
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