El llamado Partido Revolucionario Social Demócrata del cacique Hatuey Decamps expresa las intrigas, el chisme, la calumnia y la manipulación como rasgos de su artífice, así como su condición de vulgar agente del imperialismo
A la facción del perrodé que encabeza el llamado Hatuey Decamps Jiménez (que por el nombre muchos se confunden y creen que se puede tratar de un cacique, lo cual queda palmariamente desmentido y descartado cuando se observa que lo suyo no es la firmeza ni la entereza, rasgos consustanciales con todo jefe, y el ser cacique se supone que es un rango de jefe, sino las intrigas, el chisme, la calumnia y la manipulación, rasgos reconocidos en ciertos personajes no acordes con el comportamiento viril de todo jefe), la Junta Central Electoral le ha otorgado el reconocimiento jurídico, acorde con la Ley Electoral. La institución política dice llamarse Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD) pero, como dice el refrán, del dicho al hecho hay un gran trecho, y eso no es partido en realidad, sino una pandilla, ni mucho menos es revolucionario, y social demócrata ni se diga, si lo pensamos en estrictos términos de principios y a la luz de la moderna teoría de las doctrinas políticas. Su símbolo no es en realidad un toro de lidia; de éste sólo tiene lo de Lidia como nombre propio, y se trata, conforme lo informado por los que allí se han acercado y tocado de cerca, de una vaca hembra y prieta y no de un toro macho. Son tantas las cosas peculiares y singulares que adornan este caso, que el día menos pensado cualquiera se podría llevar tremenda sorpresa, no por algo positivo que pueda en uno u otro momento significar o llevar a cabo, sino por otras razones; pero lo que en nada nos sorprende es que sean los de la pajarera, o sala hospitalaria de los que padecen el mal del fandango, que agrupa a su alrededor el periodista venal César Medina, quienes se hayan manifestado regocijados y alborozados de lo obtenido y logrado por ese agrupamiento político de la derecha neoliberal y de agentes de la CIA y del imperialismo norteamericano, así como de connotados tránsfugas y malandrines de todos los pelajes, reconocidos por su retorcimiento oportunista y falta de verticalidad. Y ese regocijo no tiene nada sorprendente ni casual. Es que se trata de iguales pacientes del mismo mal.
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