El nefasto papel del revisionismo para desviar y castrar los pujos nacientes del movimiento democrático al caer la dictadura sangrienta de Trujillo

 

Ciertamente que a raíz de declararse en el país finalizada la dictadura títere del imperialismo norteamericano y de la Iglesia Católica-Vaticano, C. x A. en el final del 1961, esto es, del régimen de Rafael Leonidas Trujillo Molina, las cosas no cambiaron sustancialmente y el contenido del régimen para el período histórico-social que se inauguraba ahí seguía siendo el mismo, con la variante de la composición del estamento dirigente del Estado que pasó, de tener como columna vertebral al clan familiar de Trujillo y sus sicarios, en detrimento de la creación de una clase capitalista, con el consiguiente ensanchamiento del mercado interno, y de ahí una extensa y numerosa clase obrera industrial y de operarios agrícolas, que es característica propia del capitalismo en pleno desarrollo, pasó el régimen al fomento de esa nueva situación o modelo del régimen, que seguía siendo el mismo que antes en lo económico, exhibiendo una apertura hacia la constitución y desarrollo de la clase capitalista o burguesa, que debía asumir el rol de clase dirigente del país y de la sociedad, pero manteniéndose intacta la hegemonía y papel rector sobre el país del imperialismo norteamericano que fue, durante los 31 años de la dictadura trujillista, el factor dominante fundamental y que fomentaba, a su vez, el papel de control-fideicomiso que buscó desde siempre la Iglesia Católica y sus prelados jerárquicos vaticanistas.

Para el período en cuestión, del 1961 en adelante, manteniendo el control de todo el imperialismo norteamericano, éste se empeñó en facilitar que el papel de la Iglesia Católica-Vaticano sobre el Estado, controlado y hegemonizado por los norteamericanos, se consolidara para, sobre todo, hacer de centro coordinador de los enclaves sociales de las clases reaccionarias que el dictador había mantenido en invernadero, como la de la burguesía comercial y sus sectores exportadores e importadores, la de los terratenientes latifundistas, para que aceptaran el modelo de fomentación de su integración a un modelo capitalista evolutivo, que tiene mucho más semejanza con el modelo prusiano o de gradual incorporación de los sectores pre-capitalistas al sistema capitalista, que con el modelo norteamericano e inglés, que se corresponde casi exactamente con el modelo neoliberal que ahora impone el imperialismo internacional con la jefatura del norteamericano, y que la Iglesia Católica-Vaticano, así como las pervertidas sectas protestantes, acogen bajo la bandera de lo expuesto, para cerrar el papel de socavador del movimiento popular, revolucionario, anti-imperialista y socialista por el Papa de la CIA-Opus Dei Karol Wojtyla (Juan Pablo II) en su Encíclica Centecimus Anno, o sea, la correspondiente al balance del primer centenario de la Rerum Novarum de León XIII, con la que se creó, en 1891, la Doctrina Social de la Iglesia, que anteriormente no había formalmente siquiera pretendido existir, y que Juan Pablo II se encargaba de cortarle la alas con las que el social-cristianismo fantocheaba cimbreándose y aguajeando con lo de simular ser portador de un tercer camino alternativo entre el capitalismo y el socialismo, al que catalogaban, para su engaño y estafa al servicio del imperialismo, con la falaz denominación del régimen del bien común.

Juan Pablo II, para restablecer la armonía con el imperio-capitalismo internacional (del que la Iglesia Católica, S. A. y el cristianismo protestante pretenden no ser más que sus guías y consultores espirituales), admitió exacta y categóricamente que la Iglesia Católica-Vaticanista sigue, aún después de todo, utilizando como faro y fuente orientadora de sus doctrinas, como acontece con los evangelios canónicos, con los llamados sacramentos, ritos y liturgias, que apenas han modificado, que -admite Juan Pablo II en la Encíclica mencionada- en realidad la Iglesia no tiene ni ha tenido ningún régimen económico-social propio, que capitalismo (en su acentuada e inequívoca perversidad) es sinónimo de democracia, más aún, que el neoliberalismo es la democracia y que en ésta todos los servicios sociales deben correr a cuenta de los capitalistas y las agencias financieras monopolistas, como la educación, la salud, la energía eléctrica, el agua potable, el transporte público, y que el papel de la Iglesia Cristiana (incluyendo obviamente al catolicismo y al protestantismo, en su aberrado ecumenismo) ha de ser de actuar como instituciones filantrópicas para que el imperio-capitalismo neoliberal y globalizado las emplee para hacer llegar a las masas, cada vez más empobrecidas y anegadas en la más denigrante miseria, las dádivas en el ejercicio o práctica de la filantropía y el espíritu caritativo de la beneficencia cristiana que tan perfectamente encarna un monstruo genocida como George W. Bush cuando dice: “La fe cristiana me ha sustentado en los momentos de triunfo y en los momentos de desilusión. Sin ella, yo, que tenía problemas con la bebida… debería estar en un bar de Texas. Pero sólo hay una razón por la que estoy no en un bar sino en el Salón Oval de la Casa Blanca y es que encontré la fe. Encontré a dios. Estoy acá gracias al poder de la oración y es que, cuando entregas tu corazón y tu vida a cristo, cuando aceptar a cristo como tu salvador, esto cambia tu vida”.

Pero el nuevo período, que empieza en los finales del 1961, llamémoslo así, ya que de alguna manera hay que denominarlo, aunque sólo sea para diferenciarlo de cuando Trujillo y su clan familiar-militar y criminal era el dictador y poder absoluto, traía consigo la posibilidad relativa de que se abriera un período democrático en cuanto a lo político, puesto que, quiérase o no, la democracia es sólo una expresión que atañe y se circunscribe al ámbito o a la esfera política y no económica, como se ha querido difundir con fines obviamente perversos y confusionistas.

La democracia trae consigo la posibilidad del disfrute de los denominados derechos democráticos, que a su vez han querido ser disueltos en la imprecisa y volátil por inaprensiva y falta de contenido concreto denominación de, derechos humanos, que obedece a un interés de los capitalistas y de las Iglesia Católica y cristianas para evadir la cuestión de los derechos democráticos, que sólo podrían ser sinónimos de libertades públicas y su correspondiente ejercicio práctico en el marco de la sociedad capitalista.

Ahí, en esa situación concreta económico-social y política, es que se hace presente de nuevo y con verdadero carácter de masas (por lo menos para la intelectualidad, los jóvenes estudiantes y sectores trabajadores), la cuestión del marxismo-leninismo, que recién estaba recibiendo el impacto corrosivo y socavador de su contracorriente llamada oportunismo revisionista, que había sido remozado y llevado al Poder por la pandilla del renegado revisionista Jruschov desde el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (PCUS) en el año 1956, y que había generalizado su hegemonía con fines de destrucción y desarticulación del movimiento comunista internacional y sus destacamentos partidarios en cada región y países del área del mundo capitalista desarrollado imperio-capitalista, como de las extensas zonas de opresión, explotación y sojuzgamiento nacional, que aún conforman, con ligeras variantes de forma, Asia, Africa y América Latina, también llamado Tercer Mundo para diferenciarlo con la mayor exactitud posible y gráficamente si se quiere, de los otros países que, no alcanzando el grado de desarrollo de los países propiamente imperio-capitalistas, como serían hoy los EE.UU., los de la Unión Europea y Canadá son, eso sí, capitalistas, y que ahora mismo forman una muy extensa franja de países intermedios entre los de extrema pobreza y atrasados, de un lado, y los desarrollados en el sentido capitalista.

Desgraciadamente para el movimiento revolucionario y popular dominicano, para los momentos en que “cae” la dictadura de Trujillo, en realidad pasa de unas manos a otras, ya que ésta le resultaba contraproducente al imperialismo norteamericano y a la Iglesia Católica-Vaticano, ya esa inmensamente nociva contracorriente interna que socava el movimiento del marxismo-leninismo, y lo hace llamándose no ya socialdemócrata como sucedió en época de Lenin y Stalin, sino proclamándose comunista cuando, como ha resultado comprobado, el jruschovismo y sus otras variantes revisionistas, como el brezhnevismo y el de la perestroika de Miguel Gorbachov, eran representantes del capitalismo y su estrategia para, asaltado el Poder del Estado, el Partido y el Ejército en la ex-URSS, llevar a ésta de regreso a la restauración y restablecimiento del capitalismo y el imperialismo.

No cabe duda que para el movimiento comunista internacional y los partidos comunistas del mundo, el asunto era nuevo, complejo y difícil, más aún cuando desde el PCUS y desde el Estado soviéticos, en estrecha coordinación con el imperialismo, se habían adulterado y tergiversado los principios básicos que en el pasado le servían de bandera orientadora y guía de comportamiento.

Ya la camarilla de Jruschov había efectuado la labor de asesinato y reclusión en campos de concentración a los probados y fieles dirigentes que se mantenían adheridos a Lenin, a Stalin, al socialismo, a la revolución proletaria mundial y a la lucha contra los explotadores y el imperio-capitalismo, cuyo centro hegemónico había pasado a estar en manos de los EE.UU. desde fines de la Segunda Guerra Mundial en el 1945.

Pero, además, había remozado los viejos puntos de vista traidores al marxismo-leninismo de los renegados oportunistas revisionistas desde Berstein y Kautsky, Trotsky, Browder, hasta el 1960.

Así, erigieron una plataforma que el partido comunista de la época gloriosa suya de Mao Tse Tung resumió como “los dos todos y las tres pacíficas”, que eran la espina dorsal del recetario de los nuevos aprendices de brujería social, esto es, los renegados revisionistas soviéticos de Jruschov-Brezhnev.

El Partido y el Estado de todo el pueblo, en vez del Partido y el Estado proletario, con esto sucumbía en el Kremlin el justo principio de la dictadura del proletariado. Y las tres pacíficas eran: coexistencia pacífica, transición pacífica y emulación pacífica.

Esta pócima, peor que los más terribles venenos y drogas creados por la humanidad, fue la que se echó sobre esa intelectualidad, esa juventud y esos estudiantes dominicanos que habían entrado al llamado nuevo período del 1961 en adelante.

Esta explicación, consideramos que resulta clave para poder interpretar el proceso de penetración del revisionismo en la República Dominicana y su papel catastrófico desempeñado, como se comprueba al día de hoy.

-CONTINUAREMOS-

 

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