Los llamados mitos históricos del cínico Font Bernard no desmixtifican los fraudes consagrados del palomero arzobispo Meriño ni toda la deformación de los símbolos patrios orquestada por la Iglesia Católica y demás sectores anti-nacionales

 

Ramón Font Bernard, cínico, antípoda en cuanto a su condición humana, esto es, totalmente contrapuesto al moralmente majestuoso Diógenes el perro, cuya figura y conducta lo configuran como lo más distante de todo servilismo abyecto, naturalista y demandando vivir conforme la naturaleza y que cuando Alejandro Magno le ofreciera darle lo que le pidiera, atinó a decir con toda natural espontaneidad: Sólo quiero que dejes de impedir que pueda disfrutar de los rayos del sol, por tanto, quítate de ahí.

Font Bernard le dio un falso y apócrifo título a su embarre sobre los mitos históricos consagrados no sólo en la historiografía oficial, sino, además, y sobre todo, con símbolos fraudulentos, como son la bandera, el escudo y la misma trinitaria y el supuesto juramento iniciático, que con fines evidentemente fantásticos, impuso la Iglesia Católica, y en particular el palomero y rufián sacerdote Fernando Arturo Meriño, en su empeño por reproducir la estafa para nuestro pequeño país de la farsa del invento de Jesucristo, el dios hombre, recreado no sólo del paganismo y sus mitos, sino alrededor de la fórmula del paganismo de la trinitaria del dios padre, hijo y espíritu santo. Basta y sobra percatarse de que cuando Pablo de Tarso le preguntaba al discípulo de Juan el Bautista: Y a ti, ¿te bautizaron en el espíritu santo?, el discípulo de Juan le contesta sorprendido: ¿y qué es eso?

Sus embarres, los de Font Bernard, reafirmamos, no buscan desmixtificar la historia dominicana, sino darle rienda suelta al caudal infinito de infamias que sustituye la sangre que debería correrle por las venas.

Esto queda fehacientemente expuesto y comprobado en que la respuesta a Jacinto Gimbernard Pellerano, que con lo de apologista de la Iglesia Católica trata de ocultar su real naturaleza trujillista, igual a como hace esa misma institución que fue uno de los pilares de la dictadura infernal de los 31 años de Rafael Leonidas Trujillo Molina, hasta el punto de que Trujillo, sí que le nombró su heredera única mediante el Concordato (1954), el Vicariato Castrense y el Patronato Nacional San Rafael (1958) y con todos los privilegios, riquezas y fuentes permanentes de las mismas, por lo que el mismo obispo franquista, el jesuita José Arnaiz, hace poco escribió dando cuenta de que la Iglesia Católica, gracias a la posición privilegiada en que el dictador la dejó colocada, es la institución que más logros y beneficios ha podido cosechar en los últimos 45 años de vida nacional, pero a la vez, fomenta esta funesta institución la falsedad de supuestas luchas titánicas suyas contra la tiranía, cuando en realidad se trata de un rosario de ingratitudes de su parte, correspondientes al período 1959-1961 con la finalidad de que el dictador desapareciera para pasar a usufructuar el testamento que le legara.

Sería esto la repetición, otra vez, como en infinitos episodios históricos se ha verificado, de cómo el primer Papa, el primer obispo de Roma, Calixto I, se confabula con la prostituta cristiana Marcia, para darle muerte, envenenando, al emperador Cómodo, el último de los antoninos, y como la pócima en la que es experta como nadie la sagrada iglesia cristiana no hiciera el efecto con la rapidez esperada, Calixto, que llegara a ser el primer obispo de Roma y, por lo tanto, el primer Papa, con sus propias manos concurrió para ahorcar al terrible emperador Cómodo.

Asimismo Font Bernard no pierde la oportunidad y suscribe, sin pensarlo dos veces, la estafa que, como buen hijo de su padre, trata de pasar de contrabando Jacinto Gimbernard Pellerano y le enrostra, en una solemne combinación de ironía glacial y su cinismo perruno, en su segundo escrito al respecto del sábado 27 de agosto titulado “Palabras para Jacinto”, lo siguiente:

“El propio historiador Gimbernard admite en su libro titulado ‘Trujillo, un estudio de la dictadura’ que ‘el Generalísimo obligó al pueblo a mostrar por las insignias nacionales -el himno, el escudo y la bandera-, un respeto de una magnitud nunca conocida en el país’”.

Pero sabido es que Trujillo, en mutuo acuerdo con la Iglesia Católica, mutiló el verdadero himno nacional, que el escudo con la Biblia abierta en su centro es una infamia, pues no hay otro libro más abyecto y cruel que esa Biblia cristiana y que la bandera con la cruz de la infamia en el centro es una terrible afrenta a la verdad. Recuérdese si no, el capítulo 21 del Deuteronomio, en sus versículos 22 y 23 que consignan:

“Si un condenado a muerte muere colgado de un madero, su cadáver no podrá quedar allí durante la noche, sino que lo enterrarás el mismo día, pues el colgado es una maldición de dios y tú no debes manchar la tierra que Yavé, tu dios, te da en heredad”.

Ciertamente dice un viejo lema, que casi cita Font Bernard, la historia y la leyenda no coinciden en la misma ruta. Pero una cosa es la leyenda y otra son los hechos históricos escritos con sangre, que tal vez sirviera de realidad de la que se extrajera lo de que el árbol de la libertad se abona con la sangre de sus mejores hijos.

Y es la historia real, extraída de los hechos, y no la leyenda acomodaticia en la que son expertos los de la Iglesia Católica cristiana, que testimonian que Francisco del Rosario Sánchez, un negro casi puro si no fuera por las lejanas raíces de un hispano que haya en el horizonte final de la etnia de Olaya del Rosario, la esclava que parió a Francisco del Rosario Sánchez en relaciones de un matrimonio infernal, a los ojos de los ritos cristianos, que es la ideología de los blancos esclavistas y fuente de su moral clasista, también de la clase de los esclavistas.

La misma formación intelectual que logró atesorar este negro salido de las entrañas más oscuras y profundas de un medio eminentemente discriminador, indica que careció de la sistematización y la orientación requeridas, y se habla del cura Gaspar Hernández, que asumió la formación de Sánchez, cuya historia familiar puede afirmarse que es la del empeño de un grupo humano por erigirse hasta los niveles de la dignidad y el decoro.

¿En qué cabeza cabe el pensar que los criterios o valores de conducta de los hombres de raza negra, cuyos ancestros provienen del Africa y de los que su idiosincrasia se galvaniza y se transmite bajo la esclavitud y la vida en manada que imponen los amos blancos y cristianos, pueden ser del mismo carácter que la de éstos, es decir, que la de los esclavistas?

Lo circunstancial, lo empírico, no cabe duda que en grupos sociales y étnicos, como del que proviene del Rosario Sánchez, que naciera en la primera cuarta parte del siglo XIX aquí, cuando todavía imperaba la esclavitud, pesa y gravita más que los llamados valores abstractos y racionalistas de una intelectualidad educada en y por el servilismo.

Un vaso de agua, un plato de comida, una taza de café, una silla de guano cuando el cansancio y la fatiga anuncian que puede llegar el final de la existencia se recuerdan, se aprecian y jamás se olvidan. Nada importan muchas cosas. Por ello, se ha dicho que lo que importa es cómo se muere y no mucho cómo se vive.

Pero lo cierto es que ese del Rosario Sánchez, no era un hijo de papi y mami; sería prudente que los que, como el infame cínico que es Font Bernard, se dedican a recopilar sus caídas, meditaran partiendo de la realidad y de los hechos en el marco de aquellas inimaginables condiciones históricas.

¿Cuál podría ser el marco de referencia o las coordenadas históricas en aquel momento para un personaje histórico-social que se llamó Francisco del Rosario Sánchez? No fue nunca a Europa, no estudió ni estuvo en Francia, Alemania ni siquiera en España, que es el culo del Viejo Continente blanco o bien el Norte de Africa.

Los errores y evaluaciones que a la luz de lo de hoy en día le podemos alegremente condenar a ese Francisco del Rosario Sánchez son juicios que, en el mejor de los casos, adolecen siempre del mal del subjetivismo y la unilateralidad de que tanto gustan los intoxicados de escolástica y metafísica clerical.

Y no es casual que Ramón Font Bernard traiga a colación en su rosario de decadentismo y amargura, lo que del general Luperón recoge Frank Moya Pons, privilegiado ostentador de la impunidad que denigra y envilece a quien es coronado con ella, pero que por demás se cimbrea como heredero y exponente clerical del más truculento criminal de la historia patria después de Trujillo, que fue Ulises Heureaux, que traicionara como una serpiente venenosa a quien le protegiera y luchara infructuosamente por hacerlo gente, y no por casualidad fuera un instrumento vil de la Iglesia Católica y del rufián Fernando Arturo Meriño, no sólo contra Luperón, sino contra Hostos, a quien obligaron entre ambos a irse a Chile a aportar allí lo que las bestias del crimen y del oscurantismo le impedían hacer aquí.

Y aún tomando como referencias lo dicho prejuiciadamente por un personaje que no tiene escrúpulos siquiera para envenenar las tierras, las aguas y los aires del país con el rocash, como Frank Moya Pons, de que Luperón “era un comerciante más que burócrata y se fue a vivir a Puerto Plata para atender sus negocios”, sólo sirve para poner de relieve que tanto Moya Pons como adocenado historiógrafo, que la misma historia ha dejado desinflado, como Font Bernard, son dos criaturas cual de las dos más infames y canallas puesto que la actividad de comerciante para un negro, víctima de la discriminación y persecución de las clases dominantes y de la pervertida Iglesia Católica-Vaticanista no es ni era mucho menos en esa otra terrible situación histórica, una afrenta; pero además, el envilecimiento de Moya Pons, suscrito y hecho suyo por Font Bernard, o bien identificado el suyo con el de Moya Pons, en el que parece que se renueva y recrea, queda expuesto cuando contrapone lo de comerciante, más que un burócrata, dejando dicho que ser un burócrata es más meritorio que ser comerciante, como si el mercantilismo y el capitalismo, que es el régimen más progresivo y revolucionario antes de surgir el socialismo, no fuera la fuente de la modernidad y de la cultura predominante en el mundo a escala universal.

Lo que sí no se puede ocultar es la presencia como actor decisivo y con carácter de fraude y falsificación, de la historia patria de la funesta Iglesia Católica, y en el caso de las luchas patrias por la formación de nuestra nacionalidad y ser ciudadanos de una nación libre y soberana, a nadie debe caberle la menor duda la perversidad puesta en práctica por el siniestro rufián Monseñor Fernando Arturo Meriño.

 

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