Aprobación tratado de libre comercio por el Congreso demuestra entreguismo genuflexo de corrup-partidos que costará quiebra general de la producción nacional Agudizará miseria y hará que la delincuencia adquiera enormes proporciones
La Cámara de Diputados aprobó sin discusión y en primera lectura el proyecto de acuerdo de Libre Comercio dictado para complacer en forma lacaya y sumisa al imperialismo norteamericano, y por ello el procónsul norteamericano Hans Hertell, expresó “esto es algo muy especial” en tanto los diputados que no quisieron postrarse de rodillas ante los monopolios yanquis entienden que, como se ha dicho desde el seno del pueblo, lo especial de este Tratado reside en que el mismo es el réquiem y epitafio para los productores nativos que serán barridos de la faz del escenario nacional. La agudización de la crisis económico-social ha de llegar a extremos que nadie está en capacidad siquiera de imaginarse. Pues, por un lado, veremos la desaparición de los productores nativos independientes en el ramo agropecuario y de la industria nacional así como de la pequeña y mediana empresa, y por el otro lado, habrá una acentuación de los niveles de ganancias para los capitales monopolistas extranjeros, lo que, como los dos extremos de una mancuerna, se ha de producir dejando secuelas terribles de ahondamiento de la pobreza y miseria de nuestro pueblo. Leonel Fernández, desde su función de gerente administrativo del imperialismo norteamericano, ha proclamado, para sellar su condición irreversible de lacayo redomado y agente a ultranza del imperialismo norteamericano, que su tarea principal es la persecución del narcotráfico y asegurar la seguridad y la paz ciudadana, disponiéndose supuestamente a contrarrestar la delincuencia que en conjunto, auto-engañándose, las clases dominantes y sus más conspicuos voceros pintan como un fenómeno casual y de carácter individual, todo lo que no puede ser más extraño y absurdo. A la luz de la sociología científica se ha harto comprobado que la fuente que sustenta la delincuencia, como un río con cada vez más caudal de agua en su cauce, no es otra que la descomposición, la desocupación y el acelerado proceso de depauperización y empobrecimiento masivo de la población, del que no escapan ni siquiera los sectores tradicionalmente pudientes y acomodados. Todo lo que se acentúa y profundiza, a la vez que crece y se ensancha, con el neoliberalismo y la globalización. Una vez en marcha ese proceso, prosiguen precipitándose a la quiebra los sectores agropecuarios pequeños y medios, ocurriendo otro tanto con los productores de la pequeña y mediana industria y no cabe la menor duda de que los componentes o pertenecientes a esos sectores, habiéndoseles desplomado el mundo, echarán mano de la actividad que sea con tal de sobrevivir del colapso. La delincuencia y los actos delictivos generalmente son escenificados por el lumpen social, que está integrado por el ejército estancado de superpoblación, cuya fuente principal de abastecimiento son los sectores que, habiendo perdido su forma tradicional y habitual de ganarse la vida, se ven forzados a desplazarse a los grandes centros urbanos, a los que concurren sin ninguna ocupación y muchas veces sin preparación alguna. Tanto si se trata de la delincuencia en general o del narcotráfico internacional, como del negocio de compra, venta y distribución de estupefacientes a nivel local, es claro que razones de sobra tienen esos elementos para recurrir a esos cuestionables medios de ganarse la vida. ¿Qué moral -preguntamos- tendrán de su parte las autoridades gubernamentales de condenar el narcotráfico, cuando han respaldado y propiciado en esos estamentos que la forma honrada de ganarse el sustento de su existencia desaparezca y sean abatidos por los productores industriales y agropecuarios del extranjero? Este es un asunto cada vez más serio y delicado que todos y cada uno de los dominicanos debemos, serena y objetivamente, meditar.
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