Generación de abyectos lambones que representa Font Bernard se caracterizan por orfandad de objetividad y carencia de capacidad crítica

 

Si algo pone de relieve Ramón Font Bernard es su orfandad total de objetividad, su carencia escandalosa de capacidad crítica, la superficialidad y su  retorcido simplismo, así como su condición inveterada de lambón de las infamias y canalladas del tirano alimaña Joaquín Balaguer.

Y con todo ello reconfirma que su generación, de tanto arrastrarse y de tanto alabarderismo militante, sólo puede aportar una decadente nostalgia por su existencia reconcentrada en las trivialidades y retorcimientos mezquinos en que sus legiones nutrieron su despreciable vida de cortesanos, dedicados sólo al crimen y a la práctica del más abyecto servilismo infame.

Dentro de sus afanes por ensalzar al tirano alimaña, se inventa diferencias entre el dictador Trujillo (junto al que coloca a la mayoría de los mediocres gobernantes habidos en el país desde la caída del dictador) y el tirano alimaña Joaquín Balaguer, atribuyéndole a éste la exclusividad de la falaz convicción “de que era un predestinado” y que de ahí extraía la supersticiosa creencia de que “su protagonismo era necesario para evitar que el país cayese en el vacío”.

Parece ser que la condición de sabandija de Ramón Font Bernard le empuja a creer que el conjunto de los dominicanos está incapacitado para darse cuenta de que el “mundo de cristal que no envejece” no es más que la expresión de los afanes retardatarios del tirano alimaña que exhibió una concepción propia de los dinosaurios antidiluvianos y de obsesivo empeño en detener las ruedas de la historia, y no por madurez poética, como pretende Font Bernard, y cuya madurez nunca se conociera, ya que como poeta, con mucho trabajo se le podría llamar poetastro de mala muerte, para ser condescendiente con su mediocridad absoluta en todos los terrenos, a excepción en la de cortesano curtido en las intrigas y las malas artes de la perversidad palaciega con la que urdiera el asesinato de Ramón Marrero Aristy para eliminar un obstáculo que pudiera entorpecer su añorada herencia del Poder del tirano.

Es ridículo hasta lo inverosímil Ramón Font Bernard cuando pretende ignorar y da por descontado que el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina nunca se creyó predestinado ni mucho menos se autoproclamó como necesario, todo lo que es de por sí un retrato fiel de que -Font Bernard- disparatea y cree que estamos en los tiempos de Johnny Abbes García o de la dictadura de los 12 años.

La realidad fue otra, exactamente la contraria a lo pretendido por Font Bernard. Trujillo todo el tiempo se proclamó como necesidad nacional; en su megalomanía, las sabandijas de primer, segundo y tercer orden que le servían, le hicieron creer que era el Padre y Benefactor de la Patria Nueva, así como Benefactor de la Iglesia, igual que Constantino, Justiniano, Carlomagno, Mussolinni, Franco y Hitler. Font Bernard es tan parcializadamente mercenario e infame que hasta finge ignorar la permanente y continua presentación de Trujillo como un milagro portentoso de dios y Jesucristo para salvar la patria como obra fruto de la intermediación de la matrona, la inmaculada María Magdalena en la versión criolla, Tatica la de Higüey, de la que era un furibundo devoto el dictador. Y esta cháchara es una constante entre todos los canallas alabarderos suyos, entre los que destacaban en primer orden Balaguer y, por allá, en un húmedo y sucio lugar, en un cuarto, quinto o sexto lugar, Ramón Font Bernard.

Resaltando lo de la creencia en el destino del tirano alimaña, Font Bernard, si algo logra, es presentarlo en toda su retardataria mentalidad oscurantista y retrógrada que, carente de toda meta elevada y de proyectos reales de cara al futuro, sólo podría refugiarse en falacias como el destino, producto directo e inequívoco del tenebroso fondo de la escolástica clerical y la metafísica espiritista, a las que siempre estuvo adherido.

La autoridad del tirano alimaña de que habla Font Bernard ahora, después que durante tantos años dijera lo contrario, jamás se basó en el prestigio de la idea, sino, sobre todo, en su condición de lacayo abyecto y servil ante el poder del imperialismo y, a la vez, en su intrínseca perversidad criminal y en su infinita vocación para tejer intrigas y efectuar traiciones, las que practicó al por mayor y al detalle hasta con su misma condición de género.

Y en cuanto al poder de que estaba investido el tirano alimaña, Font Bernard se empeña en crear la fantástica interpretación de que era fruto de las falaces creencias destinistas del tirano alimaña, ocultando que ese poder no era otro que el poder mismo del imperialismo yanqui y el poder de la capacidad criminal del hato de bestias inescrupulosas que integraban los llamados mandos lacayos de los ejércitos y la Policía Nacional, que respondían ciegamente a la orden del comando central del grupo de militares norteamericanos que ejercían la intervención directa sobre el país y su Estado coercitivo, tal y como ahora los yanquis se han propuesto llevar a cabo tras su intervención genocida en Irak.

Así quedan esclarecidas las insustanciales y cobardes formulaciones de este Ramón Font Bernard, alabardero cínico del tirano alimaña Joaquín Balaguer.

Las semblanzas biográficas de Balaguer basadas en fantásticas teorías como las de la elucidación de su conducta bajo la luz del precioso prisma del hombre y sus circunstancias, se sustentan en la falaz teoricucha de que el hombre es un ser independiente del conjunto socio-económico en que desarrolla sus actividades, y eso no es más que un eco retardatario de la fantástica afirmación de los padres de la sofistería antigua de que el hombre es la medida de todas las cosas.

Las semblanzas biográficas, las mismas biografías y la historiografía idealista y reaccionaria con los Font Bernard y los Henríquez Gratereaux, por más que inventen y conspiren no podrán con sus ridiculeces e insostenibles embestidas contra la verdad, logran tergiversar la realidad ni consolidar la mentira.

Es que las sociedades tienen como base las relaciones económicas y no las personas individualmente consideradas. Los conglomerados humanos se componen de clases, con sus intereses económicos y sus concepciones, reflejos de la posición que ocupan respecto a los medios de producción y en las relaciones sociales de producción.

Las clases, en el ámbito social, están representadas por partidos políticos y éstos, a su vez, son dirigidos por los hombres que con más firmeza y coherencia defienden los intereses de sus grupos respectivos.

Hombres y sus circunstancias no existen al margen de la sociedad ni fuera de los conglomerados humanos. Las circunstancias no son más que segmentos coyunturales de las condiciones históricas objetivas y subjetivas de un período histórico determinado.

Eso de usar como un principio lo del hombre y sus circunstancias, es un reflejo de la más absurda y podrida perversidad.

Esa baratija es la coartada del pragmatismo que, conforme al individualismo enfermizo y patológico suyo, cada hombre, como medida de todas las cosas, tiene su particular escala de valores, según la cual lo que me conviene es verdad y lo que me es útil es moral. Es la filosofía del gangsterismo erigida en norma de la sociedad.

 

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