Euclides Gutiérrez Félix quiere pasar de contrabando la corrupción que ha entronizado en la Superintendencia de Seguros donde él así como su cuñada están depredando y lavando oro

21-07-2009

 

Que el rufián trujillista y calié, Euclides Gutiérrez Félix, salga diciendo que respalda el dislate del pontífice de la corrupción, que es Leonel Antonio Reyna, auspiciador y padrino de la corrupción que, como una avalancha, asfixia y ahoga al gobierno pálido-pelegato, no nos ha de extrañar ni debe confundir al pueblo, ni siquiera a los palidistas que se sienten asqueados y avergonzados por todo lo que viene ocurriendo.

Euclides Gutiérrez Félix tiene sobradas razones personales para buscar que el Pálido y el Estado enarbolen y se envuelvan en la asquerosa bandera de la corrupción.

Y es que sólo así él, Euclides Gutiérrez Félix, puede pasar de contrabando la corrupción que ha entronizado en la Superintendencia de Seguros, donde él, así como su cuñada, están depredando y lavando oro, fruto de la corrupción.

Lo mismo que su esposa, la flamante Directora de Pasaportes. Delante de Flavia García no se puede decir ¡Zape gato! ¡Zape!, pues el pelerío podría asfixiar y hasta causar la muerte a los asmáticos del entorno.

Pero Euclides Gutiérrez Félix, como calié y trujillista chivato, hijo del matón capitán Gutierrito, y nieto del coronel Félix, de la Policía Nacional, cada uno de los que poseen cementerios sin cruces particulares, se empeña en imitar a su idolatrado Jefe, el sanguinario y concupiscente dictador Trujillo. Así, viejo, arteriosclerótico y, como sátiro depravado, se ha dedicado, en la Superintendencia de Seguros, a hacer, de las hijas de los militares que allí laboran, un harén suyo, aunque en realidad, por estragos de los años, las sífilis y las gonorreas contraídas tan frecuentemente en los cabaret del bajo mundo desde la tiranía, lo han vuelto cretino e impotente.

Pero lo suyo, lo de Euclides Gutiérrez Félix, es la perversión intrínseca, es la corrupción visceral, es la práctica de la canalla que, como malhechor, que es como le llaman a los burros castrados que sólo saben hacer daño, tiene, por obra de su aberrada naturaleza, que dañar, dañar y hasta escupir el agua que no se puede beber.

 

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