SE ABRE CAMINO Y SE ASIENTA COMO UNA REALIDAD EL HECHO INNEGABLE DE QUE EL 27 DE FEBRERO DE 1844 SE PROCLAMÓ LA 2DA. INPEPENDENCIA NACIONAL Y LA RECREACION DE LA REPUBLICA DOMINICANA Es el lógico resultado de las ideas innovadoras que preceden a todo movimiento práctico-real revolucionario y de sus portadores lanzarse a su difusión en forma decidida y resuelta 26-02-2014
En los momentos estelares de todo conglomerado humano, esto es, de las sociedades, es camino de tránsito obligado lo de que, todo lo existente debe justificar su derecho a la existencia ante los fueros de la razón, de uno y del otro, en que, en tales situaciones, obligatoriamente, se bifurca la sociedad y el conglomerado humano que a ella concierne y la constituye, si no, dejar de existir. Hay mitologías y leyendas que les es fácil sobrevivir, y tenerlas hasta como “realidades” verídicas del pasado en tiempos normales; o hasta que a su dominio se hacen presentes las ideas innovadoras que preceden a todo movimiento práctico-real revolucionario; pero cuando esas ideas y pensamientos ya han cuajado y sus portadores se lanzan a su difusión en forma decidida y resuelta, ocurre que esto ya casi es una revolución; puesto que esos revolucionarios, y sus ideas tenidas por tales, asumen su labor con un inusitado ímpetu revolucionario, sorprendente y hasta entonces desconocido; no reconociendo, y a la vez omitiendo, toda autoridad y Poder tenido por tal, no importa su género. Así, en efecto, en su “Del socialismo utópico al socialismo científico”, Federico Engels, el insuperable compañero de armas de Carlos Marx, expresaba, respecto a los grandes pensadores franceses del siglo XVIII, o enciclopedistas, e integrantes de la ilustración francesa, que: “No reconocían autoridad exterior de ningún género. La religión, la concepción de la naturaleza, la sociedad, el orden estatal; todo lo sometían a la crítica más despiadada; cuanto existía había de justificar los títulos de su existencia ante el fuero de la razón, o renunciar a seguir existiendo”. Esto parece estar aconteciendo en nuestro país, al momento de conmemorarse ahora el 170 aniversario de la segunda independencia y recreación de la República Dominicana, acaecidas el 27 de Febrero del 1844. Existe la sensación de que, por fin, se está empezando a dar el justo valor que encierra el reclamo de que la nacionalidad dominicana y, al igual, la nación como su Estado nacional del 1844, como recreación de la primera República, formalmente proclamada y reivindicada por José Núñez de Cáceres el primero de Diciembre del 1821; aplastada por la invasión de la soldadesca haitiana del gobierno de Boyer, representante del Estado cuartelario-militar e imperial tribal, absolutista y despótico haitiano, vigente en la parte occidental de la isla a título de República Independiente de Haití, que insistía en el desconocimiento, no aceptación ni acreditación, de que en la parte oriental de la isla existía la colonia original y auténtica de España, conocida y denominada como la colonia en La Hispaniola, o de Santo Domingo, perfecta y acabadamente diferenciada de la colonia de esclavos negros de Francia, que ocupaba la parte occidental, y Oeste por tanto, de la isla de Santo Domingo o la Hispaniola, en la que existían así dos colonias de esclavos: una, la de la parte oriental, que para el 1800 tenía 3 siglos (300 años de fundada), que era la colonia en La Hispaniola de España, donde predominaba de arriba hasta abajo el idioma español; y la otra, la del Oeste, que era la colonia francesa; siendo el idioma francés el de los esclavistas, mientras que el montón de esclavos desconocía dicho idioma y se comunicaban esos esclavos entre sí haciendo uso de los dialectos de las tribus africanas, de las cuales habían sido raptados para ser vendidos en el mercado de la trata de esclavos que, en principio, era monopolizado por Portugal, bajo la tutela de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y su Papado; y luego a ese país se sumaron Francia, Inglaterra y Holanda, y pasando a ser, desde fines del siglo XVI y todo el siglo XVII, la siniestra orden de los jesuitas la que controlaba y disponía a su antojo los asuntos del tráfico y comercio de esclavos negros y de su horrorosa esclavitud. Extrañamente, después de los primeros tiempos en que los pobladores de la colonia en la isla La Hispaniola de España se resistieran, con sobradas razones de toda índole, a aceptar que los franceses e ingleses crearan bases de apoyo, que luego se convertirían en focos de colonias de esclavos de sus respectivos países, sobre todo y en especial de Francia, de lo que la batalla de la Sabana Real de la Limonada, en Cabo Haitiano, acaecida en 1691, seis años antes del acuerdo colonialista de Ryswick, celebrado o efectuado en 1697, bien se ha de tener como un episodio emblemático. Andando el tiempo, los integrantes de la colonia en la isla La Hispaniola de España, que ocupaban la parte oriental de la isla de Santo Domingo después del Tratado de Ryswick, se acostumbraron a la idea de la existencia de la colonia francesa, que ocupaba la parte occidental y que se llamaba de Saint Domingue, que así se denomina a la susodicha colonia francesa, que data apenas del 1700 en adelante; siendo la colonia en la isla La Hispaniola de España, cuando menos casi 200 años más antigua, puesto que ésta fue la que, al fin y al cabo, fundaron los españoles a su llegada a la isla; y de ello es testimonio, tan claro y contundente como lo es el idioma español, que siguen hablando estas generaciones posteriores de la vieja colonia en La Hispaniola de España, y que hoy, sin que nadie en su sano juicio pueda rebatirlo, constituye esta República, que se llama Dominicana y/o Quisqueyana, en tanto la vecina se llamaba Haití, y así sigue llamándose. Históricamente, ambas formaciones coloniales, en sus historias económicas, culturales, en los terrenos sociales y políticos, como espiritualmente, han seguido caminos distintos y casi totalmente diferentes, una vez que es fácil ubicar y describir las diferencias, entre Haití, la colonia de esclavos franceses, con su población empeñada en mantener vivos y en dar continuidad a los vínculos atávicos con los grupos tribales de los que fueron arrancados, brutal y abusivamente, por los colonialistas europeos, amparados en los auspicios del cristianismo católico, apostólico y romano primero, y luego, por igual, por los cristianos protestantes, que formaron colonias esclavistas de negros, tanto en los Estados Unidos como en el Canadá y la Antillas Menores. Por igual, en su corto ciclo de existencia, es indudable que la colonia de esclavos francesa creó, a diferencia de lo que ocurría en la colonia española, un torvo y retorcido sentimiento de rechazo, odio, y, ¿por qué no?, hasta un inocultable resentimiento de envidia, que, desde el 1800, o desde el Pacto colonialista de Basilea, mediante el que España cedía su colonia cenicienta de La Hispaniola a la Francia colonial de 1795, tomó un giro obsesivo de propiedad sobre dicha colonia de La Hispaniola y su territorio, que los llevó a ser esclavistas anexionistas y expansionistas, como hegemonistas, a favor de su propia metrópoli francesa; lo cual gravitaría decisivamente para que, al momento de proclamarse como independiente, no buscara ser otra cosa que un Estado imperial, de un claro e inequívoco absolutismo despótico con carácter cuartelario; algo así como si fuera un nuevo Estado espartano griego, recreado aquí en El Caribe y compuesto, no por europeos, sino por negros africanos. Nadie puede pretender ignorar lo extraño que resulta que, al momento de los haitianos proclamarse independientes y crear su propio Estado, lo que erigieran fuera un Imperio, en primer lugar, y en segundo lugar, en forma arbitraria y absolutista borraran, ignorando en forma olímpicamente absolutista, la existencia de la formación histórica, y con carácter de nación, aunque bajo la condición de nación colonia y, como tal, nación subyugada, nación esclavizada; además de que su población trabajadora era básicamente esclava y negra, además. En el absolutismo y el despotismo, como ideología y concepción de la vida, no cuentan las diferencias objetivas ni tampoco las subjetivas. Todo es medido con un único e indistinto rasero. Y, para justificarse, lo que más existen son coartadas, pretextos y alegatos peregrinos. El imperio de Haití, proclamado en la Constitución de Dessalines del 1805, este gobierno, despótico e imperial, del emperador Jean Jacques I, como se hizo llamar ese demencial sátrapa a la primera oportunidad, se declaró gobierno de toda la isla, en su mismo primer artículo. Los que dicen cosas y hacen peregrinas y aventuradas afirmaciones, que no pueden presentar sus derechos a sostener lo que dicen ser ante los fueron de la razón, incurren en un desatino garrafal al afirmar que Haití y los haitianos son la primera colonia y el primer pueblo de esclavos que conquista su libertad mediante una revolución triunfante. ¡Oh, libertad! ¡Cuántos monstruosos crímenes siempre se han cometido en tu nombre! Se quiere ignorar, que ningún pueblo ni nación, que oprima a otra nación o a otro pueblo, puede ser libre; como exactamente lo afirman Marx y Lenin. Además, se pisotea así, que la libertad, igual que la moral, es una relación estrictamente del pensamiento y la cultura humanos. Nadie, absolutamente nadie que no posea un concepto claro y objetivo de lo que es la liberad y lo que la misma significa, en la práctica, puede ser libre, ni mucho menos propiciarles la libertad a otros. Sólo llegan a tener tales creencias los que se dejan seducir por frases empalagosas como esas de “libre como un pájaro”; sin razonar que nada más esclavo y prisionero de la jaula de sus limitaciones, que marcan el habitat en que despliega su existencia un ave, de cuyas condiciones siempre es esclavo. Un pez en el mar tampoco es libre, y siempre está a expensas de que otro pez, más grande, termine satisfaciendo a su costa sus necesidades de supervivencia, conforme la ley de la cadena alimentaria de lugar. Para proseguir celebrando esta semana patriótica de la nación dominicana y su Estado libre y soberano, adherido a su autodeterminación e independencia, continuaremos próximamente.
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