LOS LLAMADOS DERECHOS HUMANOS SON LA RAIDA BANDERA DE LA RECOLONIZACION IMPERIALISTA PARA SOMETER CON HORRENDOS GENOCIDIOS A LOS PUEBLOS QUE BUSCAN SU AUTODETERMINACION Mientras los haitianos en su mercenarismo buscan perpetuar su culto a sus ancestros africanos los dominicanos aspiramos y luchamos por superarnos en objetivos de civilización y avances culturales 25-03-2014
Siendo la nación dominicana una formación histórico-social humana, que ocupa un territorio definido, con una actividad económica articulada a través de un mercado nacional, y compartiendo así condiciones comunes materiales de vida económica, al igual que un idioma; todo lo que conlleva a que esa comunidad posea una psicología, idiosincrasia, o forma peculiar de ser; y de ahí su particularidad nacional de carácter cultural, deviene en forma obligatoria (necesariamente) en una nación. La historia del proceso, que culmina en la nación, es de cerca de 5 siglos y un tercio, que serían cerca de 530 años; lo cual nos convierte en una formación histórica completa, en tanto y en cuanto ha efectuado el ciclo histórico completo, que se establece ha recorrido la humanidad toda. Somos así una nación, que es tan antigua como el establecimiento e institucionalización del enclave de poder parasitario llamado los Estados Pontificios, creación del Papa Borgia, Alejandro VI. Pero, en cambio, nuestra historia es un proceso de lucha por la obtención de nuestra fisonomía nacional, y llenar cada uno de los requisitos y particularidades esenciales, de lo que ha de confluir para llegar a ser una formación histórico-social y humana definida como nación, que es la forma superior de formación histórica del ser humano. Para llenar nuestro ciclo histórico, hemos tenido que luchar contra muchos obstáculos poderosos de toda índole y naturaleza; no obstante, desde los inicios del siglo XVII, esos enemigos y obstáculos se resumen y sintetizan, desde el proceso intrauterino de su conformación, por lo que culminó siendo Haití, la haitianidad y los haitianos. Esto está escrito en los hechos de la historia, empleando como tinta la sangre de nuestros ancestros; puesto que desde que España se enseñoreó colonialmente, en forma esclavista y opresora, con carácter devastador, de exterminio de los habitantes originarios de la isla, tanto Francia, Inglaterra, como Holanda y Portugal, no desmayaron en convertir la isla La Hispaniola, donde estaba enclavada la colonia de Santo Domingo de España, en objetivo de su conquista y contiendas de rapiñas de potencia inter-coloniales. Lo de la invasión inglesa de los piratas Penn y Venables, en 1650 y tantos; la batalla de la Sabana Real de la Limonada, en lo que hoy es Cabo Haitiano, perteneciente a Haití; las correrías depredadoras de los vándalos franceses, ingleses, holandeses, en contra de las actividades productivas de los núcleos asentados, como parte de la colonia ésta, que devino, en el curso de más de cinco siglos, en esto que es la nación, el Estado nacional, la República Dominicana; país de independencia proclamada por primera vez en el 1821, reafirmada como el ave Fénix en 1844, cuando se le puso fin a 22 años de yugo de esclavización nacional, impuesta por la invasión de los haitianos, con la soldadesca de su Estado tribal pretoriano absolutista, despótico, arbitrario, proclive a las formas más crueles de la opresión y la explotación, precisamente colindantes con la esclavitud. Para más adelante, en el período del 1860-1865, volver a reafirmar, que no sólo era de Haití y de los haitianos; que, como nación, Estado nacional, República soberana adherida a su autodeterminación, igual a como un árbol tiende a encontrar, so pena de morir, los rayos de la luz solar; y esta vez lo reafirmabamos ante la anexión a la loba colonial que, cínica y sarcásticamente, se atreve a reivindicar una supuesta condición de madre patria, como es el caso de la España, vergüenza de la humanidad de por siempre. Tal fue el proceso de la Guerra Restauradora de la Tercera República, con la reconquista, por tercera vez, de la independencia nacional que, en esta ocasión, pretendía arrebatárnosla la potencia colonial que siempre nos despreció y nos impuso las más infames e ignominiosas condiciones de vida, como su colonia; y que, a nuestro entender, hizo que, con nuestra nación, ocurriera lo que casi siempre ocurre con aquellos niños, que las circunstancias de la temprana orfandad, o la falta de protección familiar, los obliga a ser adultos cuando ni siquiera se es adolescente; lo que, al fin y al cabo, termina erigiéndose en una poderosa fuerza para la forjación, en esa áspera fragua, del más aguerrido carácter. Hablando con un coronel activo de las Fuerzas Armadas nacionales, éste nos decía: se terminarán llevando la sorpresa de su vida; puesto que en el 1916 al 1924 nos enfrentamos a los yanquis, igual que en el 1965. Somos un Ejército de Fuerzas Armadas pequeñas, pero peleamos, y sabemos hacerlo. Haití y los haitianos invadían furtivamente, en prácticas depredadoras siempre, a la parte oriental de la isla, aún desde la época colonial. Esa formación data del período posterior al 1697 (Tratado de Ryswick). No obstante, en su obsesiva y alucinante pretensión de apoderamiento, anexión y hegemonía, de los haitianos y Haití, de lo que ha culminado siendo, por la dinámica dialéctica de la historia, esta nación sorprendente que es la República Dominicana, hoy nos encontramos con que, los amanerados y adocenados, supuestos intelectuales haitianos, que, cambiando la casada de mercenarios del ejército francés, por la ignominiosa condición de mercenarios de los yanquis, o piti yanquis, desde su condición de sirvientes; no teniendo el acervo histórico de lucha contra la esclavitud y la opresión, con todo el descaro, osan querer adueñarse de la historia nacional dominicana; atribuyéndose, por ejemplo, que, cuando en el 1804, el bestial Dessalines proclama la independencia y la constitución del Estado tribal imperial y pretoriano de Haití, con ello “le ponían fin a tres siglos de esclavitud de los haitianos”; no obstante que la operación o regla más elemental de la aritmética dice que, del 1700 al 1804 hay apenas un siglo y 4 años, y que, desde el 1495 al 1804, hay, en cambio, tres siglos y 10 años. Lo peor del caso es, que los cipayos y traidores dominicanos, convertidos en mercenarios, huevos de serpiente, quinta-columnas y caballos de Troya, refrendan, alegre y descaradamente, tales acciones, francamente revisionistas de la historia, de los hechos históricos, de la realidad histórica, de los sucesos objetivos de la historial real, no ficticia, pero revisionista al fin y al cabo, con el manifiesto objetivo de tergiversar la realidad, en este caso, de la historia. Robert Pared es el liliputiense haitiano, a quien le reproducen una infame y desvergonzada carta en el diario digital “7 días”, propiedad de Félix Bautista, pero que dirige la mercenaria en todas las áreas de las actividades antihumanas, o sea, anormales, Margarita Cordero. Los haitianos y Haití, formalmente invadieron la nación dominicana en los inicios del 1800 con Toussaint Louverture, atribuyéndose la representación de Francia, aún cuando era esclavo de dicha potencia colonial; pero, a la vez, proclamándose gobernante vitalicio de la isla unificada, sobre la base del desconocimiento de la formación, ya conclusa, de la nación dominicana; lo cual, esto es, cuyo proceso había culminado alrededor de los años en que se fragua y se produce la Revolución Francesa, del 1789 al 1793. El cinismo, revestido de sarcasmo, apela al recuso de la sofística, que anula las relaciones internas de los objetos y de los sucesos o fenómenos, para sólo atenerse a vínculos externos y circunstanciales, excepcionalmente trascendentes; por cuanto la ley científica es que, las condiciones externas no determinan la naturaleza de una cosa, de un hecho, de un suceso ni de un fenómeno. Es la ley del huevo fértil y la piedra con forma de huevo, pero que, bajo ninguna circunstancia, engendrará un pollito; lo que si logra el huevo fértil con las condiciones adecuadas. Así, al respecto esputan, los haitianos y los pro-haitianos, que ellos ni Toussaint Louverture invadieron a la República Dominicana por cuanto, para la época del 1800, ésta no existía, sino la colonia española de Santo Domingo; con lo que niegan que, aún bajo el yugo de ser colonia, se es nación. Recuérdese el disparate del señor Juan Emilio Bosch Gaviño, de que la República Dominicana no éramos nación por cuanto carecíamos de soberanía; lo que constituyó un ridículo tan grande, que sus seguidores recurrieron a declarar perdida dicha carta, enviada por su autor, desde su exilio dorado, pagado por Ramphis Rafael Trujillo Martínez, en el balneario turístico de Benidorm, España. Peña Gómez y Jottin Cury acordaron, por razones parecidas aunque no iguales, declarar perdida la carta en cuestión y, desde entonces, así se le llama al adefesio de carta. Las bases históricas y de derecho para la sentencia, noble y patriótica del Tribunal Constitucional dominicano, 168/13, están avaladas en lo más profundo; en primer lugar en nuestro formidable y accidentado, y de ahí lo rico que resulta, proceso de formación y culminación en República libre, independiente y soberana de la nación dominicana. Como, por igual, en que es el resultado directo del concepto esencial, de que la Constitución de toda nación es su ley fundamental de existencia, así como de su Estado nacional. Lo de que la Constitución sea un instrumento de fines individuales o de grupos, que accidentalmente concurren al escenario de la nación, no se compadece con la función de la Constitución, dentro y para un Estado nacional, libre, independiente y soberano, que es la defensa del derecho a la existencia, junto con todas las prerrogativas nacionales, que acarrea la condición de República de una nación soberana. Los proclamados derechos humanos, como misión fundamental de la Constitución, es una aberración, que marca un giro engañoso, de parte de los centros de la esclavización opresión y explotación, como de los crímenes de exterminio de lesa humanidad; como ilustra el caso de Los Balcanes y de Kosovo, hechos ignominiosos e infames ideados y protagonizados por el crápula de Bill Clinton y su prostituida y cruel esposa, Hilary Clinton, que estalla en risas y vítores por el asesinato de un Jefe de Estado, al que los buitres sanguinarios de la OTAN y los Estados Unidos le ahogaron el país en sucesivos bombardeos e invaden con mercenarios. ¿Pero, acaso no son estos dos sujetos execrables, Bill Clinton y su Hilary Rodham, quienes están manejando al Haití intervenido y subyugado, como su exclusiva propiedad; y lo usan, a la vez, como ariete contra la República Dominicana? Extraño resulta, que las demandas, gritos y alaridos, en contra de la justa sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, que son de puro corte colonial y recolonizador; que sólo como sofisma pretenden revestirse con el traje del derecho a la nacionalidad, en casos de violaciones flagrantes al orden constitucional de la República Dominicana, dan de lado al principio de la reciprocidad, que conlleva todo acto de derecho; una vez que Haití y los haitianos no acceden, bajo circunstancia ninguna, a reconocerle la nacionalidad haitiana a hijos de extranjeros nacidos en territorio haitiano. El derecho, y los llamados derechos humanos, que ahora esgrimen como sus banderas los grupos de animales carroñeros, como los colonialistas e imperialistas, la Iglesia Católica-Vaticano, los protestantes y los inquisidores jesuitas, al parecer resulta una calle de una sola vía y un viaje sin regreso; lo cual de por sí resulta estrafalario. De lo que en realidad se trata, es de que la historia, que se desenvuelve en espiral, pero en la que cada elipse supera en forma ascendente a la anterior, se está repitiendo, por cuanto, en su trayectoria, está pasando, exactamente, por los momentos que se corresponden con las elipses de los momentos en que la nación dominicana y de los dominicanos, acentuaba su trayectoria, en contraste y contraposición definitivos con la de los haitianos y Haití. Y así, estamos, de hecho, en el preludio de una guerra violenta, en la que lo de hoy es una avanzada de guerra política y jurídica. Los haitianos ni Haití, jamás han tenido conciencia ni interés en un destino nacional soberano. Es patraña lo de que fue el primer pueblo esclavo que escenificó una revolución de esclavos victoriosa; ya que, casi igual que como sucedió con los países de la Europa Oriental, en donde el socialismo, para éstos, no fue el producto de sus propios esfuerzos, sino una dádiva o secuela de la heroicidad y valía del Ejército Soviético, dirigido por su gran jefe, José Stalin. Así, los haitianos obtuvieron el fin de la esclavitud de manos de la Revolución Francesa, en la que Robespierre declaró abolida la esclavitud en Francia y sus posesiones coloniales. Porque, es un hecho incontrovertible, que el único empeño de las tribus haitianas esclavas, se nutría de la nostalgia por el Africa y sus atavismos salvajes; lo que ha conllevado a que Haití y los haitianos se hayan erigido en un país y un pueblo reaccionarios, fuente del absolutismo y el más atroz despotismo; riachuelos de aguas venenosas que son afluentes del caudalosos e irascible régimen de la esclavitud. Esto lo enseña el resultado, de mal en peor, que registra la azarosa historia de los haitianos y de Haití. La República Dominicana y su formación histórico-social, que culmina en nación, ha operado de manera diferente, por cuanto nos hemos reconocido e impuesto como principio y convicción que, siendo un sincretismo de todas las razas concurrentes a este escenario nacional, mal podríamos estacionarnos y anquilosarnos en estereotipos falsos y engañosos, que no se compadecen con la evolución y superación de los grupos humanos, de reivindicar nuestros ancestros africanos, con todas las abominaciones que esto arrastra, y se quiere erigir en vergonzoso atavismo. Los dominicanos no somos, no queremos ser, ni seremos, un conglomerado afro-descendiente. Y creemos que ese movimiento, que en América lo promueven los abominables oportunistas fracasados, de los castristas y los chavistas, es una trampa, para encerrar en el atraso ignominioso, a los conglomerados que han vivido segregados y excluidos, como marginales, de las sociedades burguesas, a fin de perpetuar ese asilamiento y esa marginación histórico-social. La pretensión, de que los ancestros africanos, evidentemente diluidos en el torrente económico, político, cultural, sean el punto de partida y el objetivo, resulta, al fin y al cabo, no otra cosa que una ideología racista y, por lo tanto, dañina. Se trata de un racismo que se escuda en un anti-racismo.
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