SE DERRUMBA EL MITO FOMENTADO POR EL MERCENARISMO DE LOS CABECILLAS CUBANOS DE LA SUPUESTA SOLIDEZ DE LOS INORGANICOS INTELECTUALES HAITIANOS En su orfandad de formación y conocimientos de la historia se dedican a usurpar como si fuera la de Haití la verdadera historia de las luchas y visicitudes de la dominicanidad y la República Dominicana 06-02-2014
Con el concurso y la instigación de los estercoleros nacionales, que son Cuba y Venezuela principalmente, los haitianos han erigido sus alucinaciones y delirios de mercenarios, en una historia imaginaria, con la que sustituyen y reemplazan la historia real, del atolladero en que han terminado empantanados hasta un poco más arriba del cuello; sucediendo, que cada vez que tratan de hablar, se tienen que tragar una buena cantidad de su propio excremento en descomposición; lo que les ha venido creando una septicemia o infección sanguínea mortal, la cual ha terminado contaminando, con esa patología mortal, tanto a Cuba como a Venezuela. De todo esto ha resultado el patético cuadro infecto-contagioso, que conlleva a que los malhadados intelectuales haitianos se han refocilado y terminado por llegar a creerse, como verdad, sus propias mentiras, que han repetido en su sicótica condición de enajenación y alienación, en la que, una supuesta solidez de formación intelectual, ha resultado ser un fiasco, que les lleva a usurpar las calidades históricas de la nacionalidad y la nación dominicanas, como paso previo para terminar adjudicándoselas como parte de su acervo histórico-social y cultural; para lo que, previamente, niegan, en forma hasta ridícula, los fenómenos históricos que han hecho una realidad concreta la nacionalidad, la nación y el Estado nacional soberano, libre e independiente, que constituye la República Dominicana. Pero para esto, o sea, para que esa usurpación y suplantación, con la consiguiente falsificación, de parte de esas gentuzas de la llamada intelectualidad haitiana, siga alentado sus fantasías, ha sido necesario que, del seno de la parte dominicana surjan quienes le hagan el juego y, sin criterio propio, se solacen en acreditar las alucinaciones y delirios de los haitianos, alentándoles a seguir en ese equivocado derrotero que, al fin y al cabo, es lo que ha terminado por empujar a los haitianos por el despeñadero que los ha dejado aplastados en el fondo de su propio precipicio sin retorno, lo que los ha convertido en un amasijo humano, portador de la enfermiza inclinación de no tener otra meta que refocilarse en su salvajismo primitivo ancestral, que descansa en la sublimación de sus lazos atávicos con el Africa; lo que, al no poder dejar a un lado, ha hecho que los haitianos se vuelvan refractarios a todo cuanto sea civilización, resultando de ello que sean tenidos por indeseables; a tal punto, que nadie quiere saber de ellos, ni mucho menos los quieren acoger en su territorio; lo que es palpable desde los países imperialistas de los EE.UU. y los de la Unión Europea, como los del Caricom; y que lo mismo acontezca con sus dos congéneres principales de América del Sur y de las Antillas, que son Venezuela y Cuba, en donde son tratados y tenidos por seres apestosos; hasta el punto de que, en Cuba, haitianos que se acercan a sus costas, si no se ahogan antes -para lo que, si está en manos de los cubanos, éstos les prestan cuanto esté a su alcance y más, para así liberarse de su indeseable presencia, y, en caso contrario, como nos han confesado los propios cubanos, los rehidratan, los alimentan y los curan, y para Haití de vuelta; con la seria advertencia de que no aceptan intrusos reincidentes en su territorio, a título de emigrantes náufragos, ni nada que se le parezca. Por ello, de Cuba y los cubanos, como de Venezuela y los venezolanos, chavistas y nacional-socialistas fascistoides, reciben las recargas, impertinentes como venenosas, de que comparten el territorio de la isla de Santo Domingo con la República Dominicana. Lo cual es falso, ya que los haitianos tienen su propio territorio, mientras que nosotros, de la República Dominicana, tenemos, por nuestra parte, nuestro propio territorio definitorio, que marcan la territorialidad de cada país y de cada Estado; por lo que, “lo de que compartimos” es una abstracción que sólo adquiere una vaga realidad, en una generalización que no sirve para nada bueno ni saludable para nadie. En una carta o misiva que, a través de un medio virtual, como es una publicación digital de Haití, en su Departamento de élite Petionville, que se autotitula “Le Nouveliste”, que es un panfleto digital, de carácter eminentemente mediático, de la haitianidad y sus aberraciones en magnitudes catastróficas, un supuesto personaje haitiano, componente de su casta ilustrada, que se da el nombre de Robert Pared, tras lanzar todo tipo de denuestos insultantes, en forma directa y desembozada, una gran parte de los insultos y expresiones despectivas hacia la persona dominicana a la que dirige, en el aire, sus letras y juicios, mientras que la otra gran parte la vierte sobre a quien escribe en forma insidiosa, especiosa, calumniosa, con sarcasmo y desprecio, que se le hace imposible de ocultar o disfrazar -es que, por su naturaleza, el escorpión venenoso no puede controlar sus impulsos ciegos e instintivos de clavar su ponzoña venenosa sobre quien protagoniza el sustento de la opinión que no es de su gusto, ni de su agrado-, del que, lo menos que le infiere es “su discurso suena hueco y por su tono agresivo parece una diatriba contra el pueblo haitiano”, “ usted reacciona impulsado por emociones mal controladas y sentimientos incongruentes”, “sus argumentos no son un análisis racional y juicioso de la sentencia 168/13 que pueda convencer a sus lectores -al menos a mi (haitiano recalcitrante)- no me puede convencer de la justeza de su opinión”. Y todo esto, que son conclusiones, el tal firmante de la misiva o carta de marras, Robert Pared, las emplea en el mismo preámbulo introductivo de su carta. ¡Vaya método persuasivo propio de la idiosincrasia absolutista, despótica y arbitraria-despectiva, del que difiere de él, como es tan característico de la consabida haitianidad; en la que, sólo a discreción de su entera conveniencia e interés de ocasión, tienen un gran peso las protestas y revuelos de la opinión de los organismos internacionales a favor de sus derechos humanos; derechos humanos éstos que, por su parte, como está expuesto a todo lo largo y ancho de la historia, nunca, los haitianos, se los han reconocido a nadie, con su lógica harto conocida de que: lo mío es mío, porque nosotros somos así, lo tuyo también es mío y lo de aquel otro es mío por igual. Absolutamente a nadie, ni siquiera a sus propios semejantes haitianos, entre los que la indolencia es el rasgo humano más predominante, los haitianos le reconocen el derecho a tener derechos. Como tapándose los hoyos de las narices, por el vaho pestilente de las opiniones de a quien adversa, expresa: “me hubiera eximido de dirigirle esta carta si no fuera por la necesidad (esto es, lo obligado) de corregir algunas de sus alegaciones que parecen escapársele (o sea, usted es un descontrolado)”. Y prosigue: “usted sigue el camino de quienes han escrito la historia con la pluma de sus rencores y sus desilusiones. Aquellos cuyos textos babean calumnia y perfidia y quisieran cubrir con el manto de la vergüenza la epopeya del 1804, de la que el pueblo haitiano se siente orgulloso”. Cada expresión desaforada de éstas, puede y se refuta preguntándose, ¿quiénes, sino ustedes, los haitianos, han llevado al atolladero a lo que llaman su pueblo haitiano? Si empezaran por responsabilizarse por sus propios desatinos y desafueros, de seguro que otra sería la situación y la suerte de los haitianos. Pero sería lo último que pasaría por la mente de un haitiano de casta; porque no nos engañamos, ni le pedimos peras al olmo, como para pedir que un espécimen del conglomerado haitiano pueda tener tino para reflexionar y sentirse orgulloso por lo del 1804. Es que si es a la libertad de República Dominicana que quiere referirse, en su caso, su alegato es tan estúpido como la vacua expresión, libre como un pájaro, cuando nada es más esclavo que un ave, como nada más irracional, puesto que la idea y la práctica de la libertad es, categóricamente, un concepto propio de la inteligencia del ser humano. Pero el colmo de la estulticia, de la obcecación y del pensamiento hueco, nutrido únicamente de alucinaciones y fetichismo, de Robert Pared, es cuando, sin el menor indicio de decoro ni de respeto por la verdad histórica, le atribuye a los haitianos la historia de la nación dominicana, que, como hecho y fenómeno histórico, ya estaba totalmente cuajada y materializada como nación dominicana en los años del 1795, o sea, para el 1800, en los que la nación dominicana había ya recorrido, bajo la esclavitud de su pueblo, casi exactamente 300 años, tres siglos de esclavitud, cosa que no acontece materialmente con el tiempo de creada de la colonia francesa de Haití, en la que era esclavizado el pueblo haitiano, llamándole así a dicho conglomerado de haitianos, ya que dicha colonia se había creado y establecido después del Tratado de Ryswick, que data del 1697, y que, como demostró en la Batalla de la Limonada, aún para el 1691, la comunidad colonial de La Hispaniola, o colonia española de Santo Domingo, no aceptaba la presencia de intrusos franceses con sus plantaciones de esclavos de negros. Si, para redondear, tomamos el 1700 como la fecha de creación de la colonia de Saint Domingue, por parte de los franceses en la parte occidental de la isla de Santo Domingo, o sea, en el Oeste de ésta, para el 1804 la colonia de esclavos franceses de Haiti tendría 104 años y no 300 años, que, en cambio, sí tenía la colonia de La Hispaniola perteneciente a España, y que ocupaba y sigue ocupando, en un hecho que testimonia continuidad y antigüedad, la República Dominicana, cimentada como Estado libre, independiente y soberano, sobre la nación, que se gestó con su nacionalidad en las entrañas más profundas de la colonia La Hispaniola de España en Santo Domingo, que fue la primera colonia creada en este Nuevo Mundo tras la llegada de los europeos, y los españoles en particular, a partir del 1492, hechos y procesos históricos originales, de cuya autenticidad genuina y real, testimonia que en ella se ha hablado siempre el idioma español, y no el francés, ni ningún creole o patoi. Estos son los medios de comunicación en la Colonia de Saint Domingue, o sea, en Haití, creada y establecida desde el 1700 y sus cercanías. Luego, es una insolente como una solemne y olímpica usurpación y suplantación la que, como alucinación y delirio, repite de manera hueca e inexplicable, el tal Robert Pared, que no puede ni podría dar explicación verídica y demostrable como convincente a su usurpación y despojo de las cualidades y acervo histórico cultural de la nación dominicana, que, en lo que atañe a la isla y a la relación histórica en el tiempo real de la nación-pueblo dominicano, de un lado, y del otro, el conglomerado colonial-tribal haitiano; la parte dominicana le lleva de fundada a la haitiana cuando menos 180 años, o sea, un siglo y las cuatro quintas partes del otro, por lo que Robert Pared, ni ningún seudo-intelectual, carentes de identidad nacional y portadores de un servilismo ciego hacia Francia y respecto a los franceses, puede hablar de que, para el 1804, Haití -la colonia francesa en la isla- tenía 300 años de haber sido creada y por lo tanto, de historia. Esa obsesiva fijación, en cuanto a usurpar y suplantar la historia de la nación dominicana, disfrazándola, como si fuera la historia de la colonia francesa de Saint Domingue, es la que hace de coartada para, empleando sofismas y apelando a sofistería, como a la escolástica oscurantista y retardataria y a su método de la analogía tomística, alegar que Toussaint Louverture no invadió ni pudo invadir la República Dominicana, que aparece en los espurios alegatos pueriles y depravados del tal Robert Pared, con respecto al 1801, lo mismo que al 1804, cuando la bestia sanguinaria y despótica haitiana Jean Jaques Dessalines, al que el patético Robert Pared encomia y rinde honores, que hablan de su podrida catadura de hiena disfrazada de mansa oveja, llamándole El Emperador Jaques I, a ese culo sucio de Dessalines. Lo que hace como si tal cosa, y no sintiendo pudor ni prurito por su prostituido adocenamiento amanerado de apologista del régimen monárquico. Y otro tanto repite para acreditar y justificar la primera Constitución del Imperio de Haití del 1805, en la que se establece a esa bestia e hiena de dos patas Dessalines como Emperador, al mismo tiempo que se gastan su absolutista, despótico, arbitrario e insolente desconocimiento, grosero y brutal, de la nación dominicana que, en grado y niveles muy superiores a los que el Estado tribal haitiano, aún 210 años después, no ha podido elevarse ni trepar un solo peldaño de esa empinada y difícil de trepar escalera de la civilización. Este desconocimiento, que es un retrato del alma aberrada y de la conciencia archi-retorcida de la haitianidad y de todos y cada uno de los haitianos, está como base del Art. 1ro. de la Constitución imperial de marras, que dice así: “Art. 1.- El pueblo habitante de la noble isla llamada Santo Domingo decide aquí formarse como Estado libre, soberano e independiente de todo poder del universo, bajo el nombre de imperio de Haití.” Y en el que, como se ve, se ignora y se desconoce la nación dominicana, que ya existía, aunque bajo la condición de nación subyugada y esclavizada bajo los españoles y los franceses, como por los haitianos de Toussaint y de Dessalines. Esto es un aspecto crucial de la historia patria y del Estado tribal imperial y anexionista de Haití, que deberían estudiar y aprender los cubanos, con Eusebio Leal, como su historiador principal a la cabeza, al igual que los palurdos venezolanos, especialmente los chavistas. Sobre este asunto abundaremos más próximamente por su tremendo interés y las grandes enseñanzas que encierra.
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