Prosiguen ofuscados en cercenarnos nuestros inalienables derechos a la libertad de pensamiento y de formular críticas

¡No permitas que los taimados ni ladinos caballos de Troya te mojen la pólvora! ¡Abreles fuego, escarnízalos!

07-02-2018

 

Nos reclaman, arrugan el pico, saltan, brincan, patalean; acarician preparar campañas de persecución y de castigo; buscarán su manera inquisidora para, como siempre han hecho, proseguir ofuscados en cercenarnos nuestros inalienables derechos a la libertad de pensamiento y de formular críticas. Se les ocurre, en su condición de siervos de la gleba que no soportan nuestra concepción ni nuestras formas: “estas malditas críticas que viven haciendo, y empleando ese lenguaje, al que se aferran como un cuchillo gurkha, pero con punta y doble filo, pues han hecho un principio lo de que: cuchillo boto y de punta roma no saca sangre”, adjetivando, copando y marcando a los protagonistas actores, blancos de sus juicios.

Obligadas e ineludibles críticas, hechas como deben ser formuladas, con crudeza y sin piedad, escarnizando y haciendo lo de: estigmatizarlos, coparlos y marcarlos, que a todo puerco gordo le llega su navidad y a todo pavo cebado su día de gracias.

“No lo hagas así, quítale filo, sé compasivo y piensa en la piedad…”. Hasta ahí.

Si el juicio, según la lógica formal, es la facultad de la inteligencia o capacidad de discernimiento, y por lo que una persona puede llegar a entender el significado de las cosas y fenómenos de su entorno, inmediato o distante; con lo que, a la vez, conoce lo que no es ni son esas cosas, es porque en todo juicio o razonamiento está implícita la discriminación y la crítica, que hace imprescindible el adjetivo. El hipócrita pedido de no emplear epítetos, no es otra cosa: que dejemos a un lado la crítica a sus perversidades y dobleces. De ahí que, sin crítica ni calificación ni determinación de lo que es la cosa o el fenómeno, por lo tanto, sin hacer juicios; o sea, que nos castremos y nos convirtamos en eunucos. El juicio comprende la adjetivación.

Pues mierdas, coprófagos: Entiendan que soy y somos de los que odian la perversidad hipócrita, por criminal, sobre todo de la maldita piedad cristiana; y debemos decirles: gracias por confesar que sueñan y tienen pesadillas con su deseo, vano e inútil deseo, de que dejemos de usar adjetivos, a los que nuestros adversarios y enemigos, en su libertad para emplear su lenguaje babosa, como hombres de paja, califican y adjetivan de epítetos.

Tengan ustedes, pues, sus propias concepciones y estilos de ser y actuar en su mundo de sabandijas de humedades y olores tan peculiares; pero no sueñen con que vamos a pasarnos a los de sin bandera ni al resbaloso campo de los neutrales y a su pantano. Los espías y agentes de los reaccionarios son leprosos morales de la peor calaña. ¿Qué no les agrada oír eso? Ese es su problema, no el nuestro. Entiéndanlo, el mal está en ustedes, no en nosotros.

No nacimos ni nos hemos hecho para ser prostitutas ni cultivar el amaneramiento de los adocenados e impostores.

Si aquellos que nos piden no usar los adjetivos epitetizados, según rebuznan, como variante de lo del lenguaje insultante y ofensivo, ahora nos reprochan, pues nos felicitamos y les prometemos afinar más y más el arte del empleo de los adjetivos, ya que de una cosa estamos seguros, cada adjetivación que al enemigo le duele, filosóficamente entendemos que le hicimos blanco y le dimos justamente en el centro de la diana, en la misma madre.

Lo del lenguaje esópico y eufemístico, o de los rodeos con aire melifluo, lo descartamos de plano. El lenguaje, como pensó y dijo Carlos Marx, es la expresión de la conciencia práctica del individuo y de la sociedad y, por lo tanto, de las clases.

No buscamos punto de entendimiento ni de avenimiento. Estamos serenamente convencidos de que, sin adjetivos, sin el recurso de la adjetivación, no hay una certera y sintética conclusión en el juicio ni en la crítica.

Todo el que tan sólo obvia que el materialismo dialéctico es esencialmente crítico, ahí mismo se resbala por la pendiente enjabonada que conduce a ser agente del enemigo.

El compendio de la enseñanza del idioma del profesor Añorga define el adjetivo y su función como: “La palabra que se une al sustantivo para calificarlo o determinarlo, se llama adjetivo”. Y por ello, no hay juicio sin adjetivo ni epíteto. Como nuestros adversarios prefieran. Esa es la expresión de su conciencia práctica. Sólo reivindicamos que nos soporten por el ejercicio de nuestra conciencia práctica.

Los perros nos ladran, ríete y gózalo, que ello es prueba de que cabalgamos.

¿Te gusta ser gallareta o bocina repetidora de las ignominias de las clases dominantes, de la Iglesia Católica-Vaticano, del imperialismo y sus genízaros? Pues hazlo y siéntete feliz; gózalo, que las respuestas ya vienen. Pero eso sí, para nosotros no hay peor ignominia e infamia que ser cristiano, católico o evangélico; todo ahí es sanguinario y criminal, con el agravante de agregarle lo de que lo suyo es sagrado, santo o divino.

Si alguien conoce algo que ostente estos aires, y adjetivos por cierto, y que no sea portador, a la vez, de los siete pecados capitales de su misma aberración esquizofrénica mágico-fantástica religiosa, por favor que nos lo haga saber, y gracias.

Pero, cuando alguien use el látigo de silicio o con punta de plomo y se lo ajusten exactamente en el lugar adecuado, reflexionen y recuerden que el que sirve a los opresores y explotadores, algún día, algún atrevido aparecerá, y, sin pedirle permiso ni a ti ni a nadie, hará y dirá cosas que equivalen a ponerte ante el espejo de tus propias infamias y tus ignominias.

¡No permitas que los taimados ni ladinos caballos de Troya te mojen la pólvora! ¡Abreles fuego, escarnízalos, zahiérelos con tu cuchillo gurka o al estilo de la zica, y al enterrarlo en su cuerpo, remuévelo, describiendo círculos de 360 grados, así el trabajo quedará bien hecho y terminado.

 

 

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