Andrés L. Mateo
se enreda en su ignorancia supina y vulgar bajo nivel intelectual y se
cae de bruces al confundir conceptos como la libertad, por un lado, y la
felicidad, por el otro lado Es un agente anti-dominicano como se
evidenció en su rol de eliminar del programa de enseñanza básica de la
educación nacional el uso del idioma español y sustituirlo por el
dialecto creole de los haitianos 30-01-2018
Quedaría engañada cualquier persona, no entera o medianamente enterada,
que leyera al letrado aparente y sombra informe de éste, a un mequetrefe
como Andrés L. Mateo, escribir, supuestamente filosofando, como todo un
profesor sabihondo, dueño de la más vasa sabiduría y con la más preclara
iluminación, fruto de sus presumidas luces intelectuales,
mercadológicamente secundadas por el logos que le atribuye ser un
redomado sirviente, enriquecido con una mimética, por simulada,
erudición libresca (de la que no puede avalar su certeza con la
comprobación correspondiente, como es fácil apreciar), sobre la libertad
y sus vicisitudes; llegando a hacer gala hasta de genialísimo dominio
magistral de las cosas del gran mundo del pensamiento y la abstracción;
que en la Alemania prusiana habría alcanzado, con Frederick Hegel, el
sitial de más alto nivel dentro de la intrincada y compleja actividad de
lo que no conduce a ninguna parte, y que es la filosofía. Y ver, a ese
Andrés L. Mateo, como el gran profeta de los saberes conocidos y los que
faltan por conocer; y que tanto nos recuerda la más perfecta, por
exacta, fotografía de las imbecilidades y estupideces de los cubanos,
afirmar: “la libertad (concepto éste que Andrés L. Mateo envuelve en un
previo galimatías verbal del gran lexicólogo, lingüista y laureado
escritor, como académico de universidades vernáculas, diciendo: “la
libertad es esencialmente -afirma- la satisfacción de todas las
necesidades del sujeto, materiales y espirituales -y vuelve a seguidas a
hacer uso de su embrollo de galimatías verbales y a aquella bizarra
definición le agrega esta otra que reza-: “en el seno de la cual decide
situar sus actos”. Y todo eso expuesto de modo tan monumentalmente
magistral por Andrés L. Mateo, y haciendo de ello un ejemplo de
ignorancia y confusión grosera y burda, de lo que, en los medios del
mundo de la filosofía, se ventila como la libertad, por un lado; y la
felicidad, por el otro lado.
Demostrando que el erudito, y más prominente intelectualucho, Andrés L.
Mateo, en la materia en cuestión, es un olímpico ignorante; lo que de
por sí ya es grave, por cuanto el portador de esa ignominia es ese gran
intelectual y no el lechero, el carbonero ni el triciclero, que
ensordece los barrios anunciando en un triciclo o en una platanera, con
un altoparlante y una cinta grabada que suena a todo dar: “Vecina,
plátanos, plátanos, huevos, huevos, tomates, tomates. Explicándose, lo
de la cinta grabada, por el hecho de que el triciclero bulloso es un
haitiano invasor, que ni siquiera mastica el más burdo español
dominicano, por lo que alquila la cinta grabada y el altoparlante, con
el que tortura los oídos y la paz de los más humildes de la ciudadanía
dominicana.
En los medios de las elucubraciones filosóficas, la felicidad sí se
estila como la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales
de los seres humanos.
Pero no así la cuestión de la libertad. Por lo que es ridículo que
Andrés L. Mateo (¡Oh!, gran señor, dueño y consagrado por los jesuitas y
sus prebostes de las otras órdenes de parásitos ensotanados) arriba a la
peregrina definición de dicho concepto –el de la libertad– por parte de
Andrés L. Mateo, como el de la satisfacción de todas las necesidades
materiales y espirituales del sujeto; que sería el menos elevado de
todos los conceptos que se hayan elaborado de la libertad.
Y, de hecho, termina igualando al ser humano sujeto, con cualquier
rumiante o mamífero, ave o pez, que pueden, perfectamente, llegar al
punto de satisfacción de sus necesidades de alimentación y equilibrio
biológico, aún fuera transitorio, pero en estado de evidente felicidad,
de acuerdo a Andrés L. Mateo.
Pero la bestial barrabasada, que hace quedar a Andrés L. Mateo como
ignorante supino, es cuando, para pretender dar sustentación de mayor
peso, científico y material, a su animalesca concepción positivista y
pragmática vulgar, de común denominador con el troglodismo de las
cavernas antidiluvianas de Donald Trump, apela al inescrupuloso y
desalmado uso del marxismo para querer pasar de contrabando su rebuzno
de asno como una genialidad filosófica suya, adornada con la más amplia
versatilidad y flexibilidad ideológica; lo que, sin pudor alguno, lleva
a cabo cuando apela al empleo de los conceptos filosóficos del marxismo,
correspondientes al materialismo dialéctico y histórico, respecto
precisamente a la cuestión de la libertad.
Y, asumiendo su impostura, revuelta en la más cínica simulación o
mímesis, manipula, tergiversa, adultera y castra, falsificando sin
miramiento alguno, el concepto del materialismo histórico y dialéctico,
elaborado por Carlos Marx y Federico Engels, como desarrollado por sus
discípulos, conocedores de la materia; como fue el caso del filósofo
francés Roger Garaudy en sus tiempos, respecto a la libertad; cuya obra
le mereciera el Premio Stalin en 1952.
Prosigamos. Andrés L. Mateo especula y dice: Los marxistas acuñaron una
idea de la libertad de la que Andrés L. Mateo afirma: que siempre él
cita, y aunque no era original de Marx ni de Engels, sino de Hegel, daba
una idea gnoseológica (o sea, del conocimiento de la cosa) de lo que
puede considerarse un acto de libertad.
Y así, con toda su perversa finalidad, Andrés L. Mateo cita lo que no
cabe dudas habría leído, no en ningún texto fidedigno de Marx ni de
Lenin, sino en el compendio que, sobre el materialismo dialéctico y los
problemas filosóficos, hicieron, en una ocasión, como parte de sus
planes de infiltración, desviación y corrupción del joven e incipiente
movimiento marxista-leninista en la República Dominicana, los jesuitas;
que les ocupó el tiempo durante toda la década del ’60 hasta inicios de
la del ’70.
De ese manual tenemos un ejemplar, con el que practicamos y ensayamos
refutación a la sofística, a la sofistería y a los sofismas del hampa
criminal de los jesuitas. Barrúos, Benavides, son parte de esos autores
sobre materialismo dialéctico e histórico, hechos por los jesuitas en el
país, y todo el elenco de los jesuitas de Manresa y sus lavados de
cerebro en sus cursillos de cristiandad, que son los autores del infeliz
mamotreto de los jesuitas sobre el materialismo histórico y el
materialismo dialéctico.
La frase de: "la libertad es la conciencia de la necesidad”, de Federico
Hegel y su dialéctica filosófica idealista objetiva, es lo que Andrés L.
Mateo cita y le atribuye al marxismo; haciendo con ello una grosera
caricatura hecha por un caricaturista de mala muerte; esto es, que ni
siquiera la hace un caricaturista de talento y espíritu creador con
fuerza de originalidad.
El concepto que del asunto de la libertad formula el marxismo-leninismo,
en el materialismo dialéctico y el materialismo histórico, es algo que
supera con creces, transforma y recrea el idealista concepto de Hegel
sobre la materia en cuestión, esto es, sobre la libertad.
El concepto del materialismo dialéctico e histórico sobre la libertad,
es una categoría dialéctica, de profundos e inequívocos fundamentos
materiales, científicos; que recoge aspectos esenciales de la cuestión
con perspectivas de esencia de esencia, que es lo que convierte un
concepto, o generalización, de un fenómeno, objeto o cosas, en una
categoría filosófica.
Pero estos son asuntos de los que un vulgar y rastrero, como Andrés L.
Mateo, pordiosero de los lacayos serviles del imperialismo, de sus
monopolios, como del imperio del oprobio y del parasitismo, de la
ociosidad improductiva y el oscurantismo de la Iglesia
Católica-Vaticano, que se cimbrean de la perversidad, opio de la
humanidad, que es para Occidente principalmente el cristianismo, tal
como lo hace Andrés L. Mateo, no puede tener ni guardar ningún respeto,
ni la debida distancia, al pretender emplearla; y termina
inevitablemente nadando en los pantanos de sus vulgaridades, a la vez
que evidenciando su ancestral y redomada ignorancia supina.
El concepto del materialismo dialéctico sobre la libertad es bien claro
y preciso; sosteniendo que la libertad consiste en el conocimiento y
dominio, para su aplicación práctica y concreta, por parte del hombre,
de las leyes generales y particulares que rigen los procesos generales y
particulares de la sociedad, de la economía, de la historia, de la lucha
de clases, como de las clases y del hombre; para actuar en la práctica
sujetándose a dichas leyes objetivas; esto es, que existen,
independientemente de la conciencia o espíritu de todo hombre, teniendo
obligatoriamente que sujetarse a los límites de las condiciones
histórico-culturales que marcan, a su vez, los límites y alcances de las
cosas.
En otras de sus disquisiciones y elucubraciones, escolásticas y
metafísicas, con su método de la sofística, Andrés L. Mateo no tiene
ningún miramiento ni sentido común; y, a todas las galimatías o embarres
que evacua, a título de su ejercicio intelectual libre, llega a
coronarlo, convulsionando y exhibiendo espasmos y retorcimientos, que lo
llevan a formular revoltijos como éste que aparece en su primer párrafo
de su articulejo: “Reelección y libertad”, que vierte en el libelo de la
letrina amarilla “Hoy” del jueves 25 de enero, el cual comentamos;
donde, fuera de sí y en medio de un ataque de audaz ignorancia, Andrés
L. Mateo vomita la peregrina afirmación suya: “Lo que le da un carácter
conmovedor a la libertad es actuar sin condicionantes, algo que han
impedido históricamente en nuestro país el clientelismo, el
autoritarismo, la pobreza material y la corrupción”.
Si, además del olímpico disparate que envuelve esta especulación
aberrante de Andrés L. Mateo, le agregamos la observación sobre la falta
de congruencia, como de ausencia total de sintaxis en sus escritos, no
cabe duda de que estamos ante la borreguización y anulación cultural del
gran escritor, intelectual,
laureado literato, filólogo, lingüista, lexicólogo, filósofo y erudito,
terminado y tallado en esos centros académicos prodigiosos de los
cubanos; dirigidos hoy por la prostitución y la bancarrota del
oportunismo castro-guevarista y su ocaso, como renegado revisionista
jruschovista-trotskista, y hoy venerado por la sofística, la sofistería
y los sofismas de los jesuitas, integrantes del hampa criminal del
imperio parasitario y del oscurantismo Iglesia Católica-Vaticano, en
franco maridaje, y parte, del imperialismo y su globalización.
Hay que estar envilecido en grado extremo para actuar y comportarse de
manera tan recalcitrante, como acostumbra y persiste en hacerlo Andrés
L. Mateo.
Si se pasa revista, a los hechos e imposturas de la trayectoria de dicho
sujeto, lo encontramos involucrado en el lodazal y pantano de
inmundicias de los perrodé, como por igual en maridaje, nada santo, con
el carnaval neoliberal del pálido pelegato boschista, al asumir el capo
di tutti cappi Leonel Antonio Reyna, junto con las alimañas y sabandijas
del Partido Reformista Social Cristiano del tirano alimaña, como
columnista del semanario de Hazoury, que adquiriera, por una
estrafalaria suma millonaria, de manos del oscuro jesuita y parte del
elenco de la CIA, de los círculos de convictos y confesos traidores a la
Nación Dominicano, como prohaitianos, de la banda del espía de la CIA
Juan Bolívar Díaz Santana, de los Huchy Lora, Marino Zapete, de la
escoria homosexual y jesuita de Roberto Cavada.
Allí, Andrés L. Mateo hizo piruetas asombrosas y colosales por
congraciarse con los pálidos pelegatos boschistas y el leproso moral
Juan Emilio Bosch Gaviño, por ser espía pagado de la CIA y agente
político mercenario del Departamento de Estado norteamericano.
Recordamos como lo presentaba como el profesor Juan Bosch, y elucubraba
para intentar, en vano, presentarlo como un ingenuo moralista, que venía
a ser una paradoja por lo contradictorio y confuso de sus actuaciones.
Pero, que lo más importante de tan nefasto personaje era su prédica
moralista; que no aparece por ningún lado, puesto que carece de todo
elemento material y concreto de la práctica social y política que le
sirva de sostén.
Al momento en que el imperialismo, junto a la Iglesia Católica-Vaticano
y la Unión Europea, lanzaron aquel célebre zarpazo contra la red
vinculante entre los dominicanos, para nuestra identidad nacional y
cultural que, para ser Nación, significaba y representaba el idioma
español, que es el que hablan y por el que se vinculan los dominicanos;
con lo de eliminar la enseñanza del español en los cursos del primer
nivel de enseñanza; al mismo tiempo que se oficializaba, en los textos
de educación pública del Estad,o el dialecto del creole, que no tiene la
categoría de un idioma acabado, Andrés L. Mateo volvió a hacer de las
suyas; y mientras, por un lado, minimizaba, hasta la insignificancia, la
enseñanza del idioma español, llenaba de alabanzas al creole, y coronada
su acción de odio hacia la Nación Dominicana, se empeñó en desvincular
el idioma español de la identidad nacional dominicana, como de las
características del alma nacional.
Y, efectivamente, dando pruebas de que es un agente anti-dominicano de
la peor laya, Andrés L. Mateo; que, por su cobardía y pusilanimidad, a
costa de las que, sabandijas como Tony Raful sin más, viven
ridiculizándolo, esgrimió la sofistería pueril de que el idioma
(lenguaje) constituía “el órgano” del pensamiento y no el cerebro
humano; lo que es un producto burdo y grosero de la sofística que, como
método de la escolástica metafísica clerical, y del positivismo más
absurdo que encierra, armoniza con el escepticismo y el agnosticismo,
para hacer pareja en el fenomenalismo reaccionario; sólo objetaba, de la
eliminación de la enseñanza escolar del idioma español en la educación
nacional, que ello podría hacer que los dominicanos siguiéramos pensando
en español y ello pudiera afectar a los dominicanos.
En el fondo de todo es que Andrés L. Mateo, como vil rata oportunista y
degenerada, es un prototipo contradictorio del resentido indigente; que,
arrastrándose, en vez de erguirse y caminar como un homo sapiens bípedo,
prefiere ser una sabandija y alimaña repugnante; lo cual deja patente en
todo cuanto lleva a cabo; dejándole la impronta de su sello de vileza y
falta de entereza en todo cuanto hace, dice y piensa.
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