Mentiras sobre Stalin: “Millones de muertos: De Hitler y Hearst a Conquest y Solzjenitsyn” -XV-
16-02-2011
En la parte final del espacio anterior de este trabajo, quisimos concluir
en la reflexión de que llamar víctima a un asesino o violador reincidente
en estos delitos es algo muy sucio.
Tomar posición por la justicia soviética en
lo que respecta a los delincuentes comunes condenados por crímenes
violentos debería ser evidente si no en el tipo de pena, por lo menos en
lo referente a condenar el crimen.
En lo que respecta a los contrarrevolucionarios es también importante
discutir acerca de los crímenes por los cuales fueron acusados. Tomemos
dos ejemplos diferentes para mostrar el fondo de la cuestión.
En primer lugar está el caso de los kulak o kulakos condenados a comienzos
de la década de los años ‘30 y después los conjurados y
contrarrevolucionarios condenados en los años 1936 a 1938.
Según los informes publicados sobre los kulakos (campesinos ricos), fueron
381.000 familias, o sea, cerca de 1,8 millones de personas condenadas al
exilio. Una pequeña parte de éstas fueron personas condenadas a penas en
los campos y colonias de trabajo. Pero ¿cuál fue la causa de las condenas
de esos kulakos?
El campesino rico
sometió a los campesinos pobres durante centenares de años, es decir,
siglos, a una opresión sin límites y a una explotación sin ningún tipo de
consideraciones. De los 120 millones de campesinos en 1927, vivían 10
millones de kulakos en la abundancia y 110 millones en la pobreza, en la
más completa miseria antes, esto es, antes de la revolución.
La riqueza de los
kulakos venía del trabajo mal pagado a los campesinos pobres. Cuando los
campesinos pobres comenzaron a organizarse en colectivos agrícolas
desapareció así la principal fuente de riqueza de los kulakos. Pero éstos
no desistieron en sus intentos de retomar la explotación a través del
hambre. Grupos de kulakos armados atacaban continuamente los colectivos
agrícolas, mataban campesinos pobres y a funcionarios del Partido,
prendían fuego a los sembrados, mataban a los animales de trabajo y
provocando el hambre entre los campesinos pobres, intentaban asegurar la
continuación del sistema de la pobreza y de sus posiciones de Poder.
Los acontecimientos, sin embargo, que ocurrieron no fueron los que los
asesinos habían calculado. Esta vez los campesinos pobres eran apoyados
por la revolución y eran más fuertes que los kulakos que fueron
derrotados, presos y condenados al exilio o a penas en los campos de
trabajo.
De los 10 millones de
kulakos, 1,8 millones fueron condenados. Hubo tal vez injusticias en esta
enorme lucha de clases que incluyó a 120 millones de personas en el campo
soviético. Pero he aquí la pertinencia de la interrogante: ¿podemos acusar
a los pobres y oprimidos en su lucha por una vida que valga la pena de
vivir? ¿Podemos acusarlos de no ser civilizados o no tener clemencia en
sus juicios durante la lucha para que sus hijos no fuesen, como ellos,
analfabetos y que vivieran padeciendo hambre? ¿Acaso se puede acusar de no
ser civilizados a los que durante centenares de años, es decir, estamos
hablando de siglos, nunca tuvieron acceso a los avances de la civilización
ni de la cultura?
Y digamos ¿Cuándo fue
la clase explotadora de los kulakos civilizada o clemente para con los
campesinos pobres durante los años de la explotación?
Continuemos con nuestro segundo ejemplo, éste trata sobre los
contrarrevolucionarios condenados en los juicios del 1936 al 1938, después
de las depuraciones en el Partido, en el Ejército y en el aparato estatal,
lo cual tiene raíces en la historia del movimiento revolucionario en
Rusia.
Millones de personas participaron en la lucha victoriosa en contra del zar
y la burguesía rusa, ingresando muchos de ellos al Partido Comunista.
Entre todas esas personas estaban desgraciadamente los que habían
ingresado al Partido por razones que no eran la lucha por el poder
proletario y por el socialismo. Pero la lucha de clases era tal que muchas
veces no había tiempo ni posibilidades para poner a prueba los militantes.
Hasta los mismos militantes de otros partidos, que se decían socialistas y
que sin embargo habían combatido todo el tiempo al partido bolchevique,
fueron aceptados en el Partido Comunista.
A una parte de esos nuevos militantes les fueron otorgados puestos
importantes en el partido bolchevique, en el Estado y en el Ejército,
dependiendo todo de sus capacidades individuales para conducir la lucha de
clases.
Eran tiempos muy difíciles para el joven Estado soviético carente de
experiencia y la gran falta de cuadros, o simplemente de personas que
supiesen leer, obligaba al Partido a no poner grandes exigencias en lo que
respecta a las cualidades de los nuevos militantes y cuadros.
De todos estos problemas se creó con el tiempo una contradicción que
dividió al Partido en dos campos. Por un lado, los que querían avanzar en
la lucha por la sociedad socialista y por el otro lado, los que
consideraban que aún no había condiciones para realizar el socialismo y
que propugnaban una política francamente socialdemócrata de derecha.
El origen de estas últimas
ideas venía de Trotsky que había entrado al Partido Comunista en julio del
año 1917. Trotsky fue con el tiempo obteniendo apoyo de algunos de los
bolcheviques más conocidos y así formó la llamada Oposición Unida en
contra de los ideales bolcheviques originales; era una de las opciones en
las votaciones partidarias sobre la política a seguir por el Partido y
realizada el 27 de diciembre de 1927.
Antes de esta votación se había llevado a cabo durante varios años una
gran discusión partidaria y no hay dudas sobre el resultado. De los
725,000 votos, la oposición, representada por Trotsky, apenas consiguió
6.000 votos, o sea, menos del 1% de los militantes del Partido fue los que
apoyaron a la Oposición Unida, liderada por León Trotsky.
A consecuencia de la votación y una vez que la oposición trabajaba por una
política diferente en el Partido, el Comité Central del Partido Comunista
decidió expulsar del Partido a los principales dirigentes de la oposición.
La persona principal de esta oposición fue León Trotsky, quien a su vez
fue expulsado de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y enviado
al exilio.
Pero la historia de la oposición no terminó aquí. Zinóviev, Kámenev y
Edokinov hicieron poco después una autocrítica al igual que varios de los
principales trotskistas como por ejemplo: Piatakov, Radek, Preobrazhenski
y Smirnov. Y todos ellos fueron nuevamente aceptados como militantes del
Partido y recuperaron sus trabajos en el Partido y en el Estado. Tal era
pues la posición indulgente de la dirección del Partido en la época de
Stalin.
Con el tiempo se descubrió, sin embargo, que la autocrítica de la
oposición no era una expresión sincera, estando los principales miembros
de la oposición al lado de la contrarrevolución cada vez que la lucha de
clases se agudizaba en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
La mayoría de los opositores fueron expulsados y readmitidos más de una
vez antes de la decisión final que fue tomada en los años 1937 y 1938,
bajo la dirección de José Stalin.
Parte XV
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